Sunday, August 31, 2025

¿Alguien quiere alienación?

 

Por supuesto que no. Esta es una condición lamentable de la que tratamos de escapar por todos los medios posibles. Y en términos políticos la izquierda ha tenido como objetivo la lucha en contra de ella. Según Marx la alienación indica la separación y el distanciamiento de las personas respecto de su trabajo, su mundo exterior, su naturaleza humana y su yo. Un problema que necesitamos superar para volver a ser lo que somos.

 

Y sin embargo hay algo paradójico en la alienación. Esta no es una desviación de nuestra identidad original, algo que una vez tuvimos y perdimos, sino que constituye lo que realmente somos. La alienación ocurre, pero no nos aliena de lo que una vez fuimos. Por el contrario. En la versión del teórico Todd McGowen, siguiendo a Hegel, la alienación es primaria y va a persistir hasta el final  de la vida. Estamos alienados de nosotros mismos y de los demás. Y no importa lo que hagamos nunca la superaremos porque en el fondo no hay una auto identidad. Y esta, aunque parezca raro, es una buena noticia, aunque no sin peligro.  

 

La cosa va mas o menos así. La experiencia de la alienación revela el hecho de que uno no es  idéntico con ninguna identidad simbólica, algo extraño siempre queda afuera de ella, y por eso uno es capaz de actuar en contra de las expectativas inherentes a la identidad biológica o social, que de otra manera, nos determinaría totalmente. Es esta cosa ajena, lo que Freud llama el inconsciente, lo que origina la división primaria que genera y define la subjetividad y singularidad que somos. Esta cosa ajena, incrustada dentro de nosotros, es la que dicta como actuamos, hacia donde dirigimos nuestra preocupación y que es lo que nos atrae, a pesar de nuestro propio auto interés y deseos conscientes. Por eso no es extraño que alguien que quiera avanzar en su trabajo o mejorar sus relaciones amorosas o sociales, por ejemplo, siempre termine repitiendo las mismas conductas destructivas que resultan en lo opuesto de lo que se había propuesto. Sin esos impulsos inconscientes que sabotean nuestros deseos conscientes el negocio del licor, los cigarros, las drogas o los alimentos saturados de grasas, sal y azúcar que atentan en contra de la salud, por ejemplo, quedarían fuera de circulación. Lo que esto revela es que no tenemos completo control  sobre nuestra existencia. Y es esta falta de control, aunque sea difícil de creer, la base que le permite a uno llegar a ser otro de lo que uno es. Esto, según McGowen, es lo que hace que la libertad sea posible. No el resultado de una deliberación consciente, sino la habilidad de interrumpir la cadena de la determinación que, de otro modo, gobernaría nuestra existencia. Una alternativa sin precursor social o psíquico. Faena de la que el inconsciente se encarga.

 

Saber que somos como sujetos es, en verdad, un problema que no tiene solución, por mucho esfuerzo que pongamos en la búsqueda de una respuesta. La identidad simbólica, sea hombre, mujer, chileno, indígena, hindú, profesor, carpintero, sacerdote o filosofo es el intento de responder al problema. Cuando nos sentimos sin rumbo, por ejemplo, encontramos refugio al recordarnos a nosotros mismos de que somos judíos, cristianos, anarquistas o algo por el estilo. Pero, por mucho que nos esforcemos por identificarme con una posición simbólica, no podemos salvar la distancia entre nuestra subjetividad y la identidad, a pesar de que no hay subjetividad sin una identidad simbólica. Es ella la que nos permite relacionarnos con los demás y desenvolvernos en la vida social. Cuando no sabemos que pensar o como actuar, mi identificación con una posición simbólica especifica interviene para darme  respuestas claras, una orientación en el mundo y un refugio a cuestiones existenciales. La búsqueda de una identidad que corresponda plenamente con quienes somos es el intento de curar la alienación. Mientras el sujeto esta desconectado de si mismo, dividido interiormente, la identidad crea la apariencia de auto coincidencia, de autenticidad, incluso si esta en constante cambio. Y es profundamente atractiva porque ofrece una vía para escapar a la propia subjetividad o, dicho de otra manera, una cura a la alienación. Pero, al final, cada identidad es un fracaso debido a la discordancia entre el sujeto y la identidad que supuestamente le es inherente.

 

Según McGowen el sujeto aparece cuando se encuentra fuera de su propio ser o identidad, por mucho que esta parezca pertenecerle. La subjetividad es esta distancia interna, esta incapacidad para ser completamente uno. Si me identifico como chileno, por ejemplo, simultáneamente afirmo mi no identidad con la chilenidad. La identidad con la chilenidad no puede sino afirmar la chilenidad como una identidad distinta de mi porque debo asumirla. Si la nacionalidad no fuera distinta del sujeto que la asume ningún acto de identificación seria necesario, ni siquiera posible. La auto identificación con significantes maestros implica simultáneamente auto distanciamiento, aunque no seamos consciente de ello. Y esto es porque no podemos evitar usar términos ajenos para definirnos, términos que uno no inventa. La identidad del sujeto, por tanto, siempre esta fuera de si mismo. Y por eso uno puede actuar en contra de las expectativas inherentes a la propia identidad.

 

Ninguna reflexión del sujeto puede superar la división fundamental entre los deseos conscientes del sujeto y sus deseos inconscientes. Incluso quien esta plenamente conscientes de su existencia termina sucumbiendo al deseo inconsciente que socaba su deseo consciente. Es esta división, que deja al sujeto en constante conflicto consigo mismo, la fuente inevitable de la alienación y singularidad. Es esta distancia de la consciencia la que nos diferencia como sujetos y nos distingue del mundo natural y cultural. El inconsciente siempre excede lo que somos simbólicamente y, a pesar de nuestra condición biológica, tenemos la capacidad de actuar de forma antinatural, aunque tenga un efecto perjudicial. Si vemos la perversión como la disociación de un instinto de su función meramente biológica, entonces, de una u otra forma, todos somos perversos.

 

Si últimamente somos seres alienados, la comunidad  promete un respiro de la carga de la subjetividad. Nuestra identidad simbólica depende de la comunidad que la respalda y autoriza. Sin la comunidad, la identidad carecería de sentido. Ella solo existe mediante el reconocimiento que la comunidad le otorga. Cuando uno se identifica con la comunidad y se posiciona en ella, el problema de la subjetividad alienada pareciera disiparse porque es  ahí donde el sujeto siente que encuentra respuesta sobre quien es. La comunidad religiosa, por ejemplo, responde a la angustia sobre mi destino final diciéndome que voy rumbo al cielo después de la muerte. La comunidad étnica me dice de donde vengo y como definirme en función de mi origen. Gracias a ello no tengo que considerarme solo en términos de mi subjetividad desarraigada y la comunidad de mis amistades reafirma lo que soy. Pero esta protección contra la subjetividad que la comunidad proporciona tiene un precio. Para recibir su apoyo debo someterme sin excepción  a las exigencias explicitas y, mas importante, las implícitas que la mantiene unida. No hay comunidad que ofrezca identidad gratuitamente y su pertenencia tiene valor solo en la medida en que es particular y exclusiva. Requiere una barrera entre el interior y el exterior, entre nosotros y ellos. Solo existe, en verdad, excluyendo al otro. La seguridad que la comunidad provee, sin embargo, es siempre ilusoria y nunca puede aliviar el problema de la subjetividad alienada.

 

A diferencia de la comunidad la esfera publica pone en primer plano la alienación del sujeto. Es un espacio físico o intelectual al que cualquiera puede acceder, aunque ciertos intereses privados intentan apropiárselo, imponer la discriminación y negar el acceso. Es aquí donde la subjetividad alienada, y no la identidad, se expresa. Es donde confrontamos a los otros sin el soporte de la identidad simbólica y sin la promesa de la seguridad. Cuando subo al metro lo hago no como profesor, pastor o juez y lo mas probable es que voy a encontrar a alguien que no me gusta o alguien cuyas creencias contradicen las mías o alguien que amenaza mi seguridad. Aquí no tengo el poder para excluir a ciertas personas como en la comunidad. Esta abierta a todos, no importa de donde venga. La identidad simbólica no cuenta para nada. Es en el espacio publico donde me encuentro constantemente en cuestionamiento. Pero, también, es el ámbito donde la idea de igualdad universal subyace, algo que la comunidad no ofrece. Es donde me presento solo con la singularidad de mi subjetividad y es esta singularidad la que me conecta universalmente con la singularidad de los demás. Por eso, según McGowen, el único vinculo que crea la posibilidad de la solidaridad universal es el vinculo de la alienación, la distancia que separa a las personas entre si y de si mismas. Esto es lo único que hay en común. La alienación es universal. Y cualquier intento de escapar a ella genera crueldad y exclusión a nivel personal y socialmente conduce a la opresión, la cosificación y, en ultima instancia, al genocidio.

 

Cualquier proyecto político que se embarque en superar la alienación se condena a una lucha interminable. Por mucho que mejore el orden social, por mucho que tratemos de instaurar la utopía social, nunca eliminaremos la alienación del sujeto porque esta no es histórica sino estructural. La modernidad no la produjo, la descubrió.

 

Aunque parezca discordante, la lucha en contra de la opresión y la lucha por aceptar la alienación universal son, según McGowen,  una misma lucha. A primera vista pareciera que la alienación de la subjetividad y la alienación que produce el capitalismo fueran diferentes. La cosa es que las formas sociales de alienación siempre expresan la alienación fundamental de la subjetividad. Todos los diferentes tipos de alienación revelan la fractura, la distancia interna que existe dentro del sujeto, la distancia entre el sujeto y su identidad, por ejemplo. Y esta es la razón de que tengan   un poder revelador. El trabajo enajenado bajo el capitalismo, como mostro Marx, revela mi subjetividad alienada y facilita el reconocimiento de la alienación fundamental que me define. El problema no es superarla, sino verla como un camino a la emancipación. Luchar en contra de la opresión es luchar para afirmar la propia alienación en contra de la explotación económica y la imposición opresiva de una identidad.

 

La cosa, por ultimo, es que, porque somos seres subjetivamente fracturados, nunca llegaremos al reino de la felicidad permanente. Esta siempre nos elude y no hay sistema social que pueda evitarlo.

 

Nieves y Miro Fuenzalida


Sunday, August 24, 2025

A horcajadas


El insomnio

Se

Sento

A

Horcajadas

En

El potro

De

Mi mente.

Se

Encabrito

y

Escondio

Mi saco

De

Dormir.

 

Nieves.


Monday, August 18, 2025

Prefiero ignorarlo

 

“Lo sabemos muy bien, pero igual lo hacemos”... ¿cierto? Cierto, algo que, en mayor o menor medida, todos practicamos cuando enfrentamos un acontecimiento traumático, un encuentro con un evento que desintegra y desmitifica la aparente certeza de nuestro yo y nuestra realidad.      

 

En 1964 el psicoanalista Octave Mannoni publico en “Los Tiempos Modernos” parte de su libro “Claves Para el Imaginario o la Otra Escena” en donde, siguiendo a Freud, expone con claridad meridiana la constitución de la creencia mágica que yace al centro de “lo se, pero igual...” Como ejemplo, toma parte de la autobiografía del jefe indio hopi Don Talayesva publicada en 1959 con un prefacio de Claude Levi-Strauss. En cierta época del año, relata Talayesva, los Katcinas, algo así como dioses o espíritus, aparecen en los pueblos de forma similar a como aparece Papá Noel en la cultura occidental y, al igual que el, conspiran con los padres para engañar a las niñas y niños. La impostura se mantiene estrictamente y nadie se atrevería a exponerla. Al descubrir que las bailarines que el pensaba que eran Katcinas en realidad eran sus padres y tíos con mascaras, se sintió conmocionado y enojado, especialmente con su padre. Lo que sigue es la negación... “Ahora ya sabes” se les dice a los niños “que las verdaderas Katcinas no vienen a bailar a los pueblos como antes. Ahora solo vienen invisibles y, en los días de baile, se esconden en sus mascaras de manera mística”. Es en este momento donde se forma la creencia en la presencia mística de las Katcinas, en la existencia real de espíritus, a pesar de que los niños ahora saben muy bien que las figuras danzantes que vieron no era Katcinas y que nunca han visto una. Y, sin embargo, estos mismos niños luego repiten la creencia, facilitada y consolidada por rituales e instituciones sociales. Lo paradójico es que la creencia requiere la revelación de la verdad, requiere el conocimiento y el golpe que conlleva como condición interna. Y es precisamente por eso que esta creencia se resiste al conocimiento. Este no puede ser el remedio para preferir ignorar la situación. El énfasis en “lo se bien” no puede disolver el “pero de todos modos”, ya que la única razón del “pero de todos modos” es el “lo se bien”.

 

¿No es así como funciona la preferencia por ignorar algo que socaba nuestras creencias? Según Zupancic, este tipo de rechazo o desautorización es una forma perversa de razonamiento. En política el ejemplo mas claro es cuando nos confrontamos con una contradicción  que nos obligaría a dejar de creer, pero, en lugar de hacerlo encontramos  la manera de incluirla en nuestro sistema de creencias original... ¿no es esto particularmente cierto cuando las personas creen que el capitalismo es la mejor o la única organización posible de la economía social, pero al mismo tiempo viven y experimentan la brutal y traumática realidad de este mismo orden social? Lo se muy bien, pero aun así... Conocemos exactamente los hechos, sabemos que el sistema económico basado en la ganancia ha puesto el planeta en llamas y, sin embargo, continuamos como siempre ¿Como es posible que, a pesar del  proyecto de la ilustración, hayamos terminado con el triunfo del obscurantismo, con el surgimiento de todo tipo de creencias extrañas, con la desconfianza en la ciencia y con un populismo basado en todo, menos en la argumentación racional? El psicoanálisis diría que no es porque las fuerzas e impulsos oscuros hayan dominado la razón y se hayan impuesto al conocimiento y su evidencia, sino porque la razón y el conocimiento siempre han tenido su lado oscuro e irrazonable. La modalidad social contemporánea de preferir ignorar lo que sabemos es una forma perversa de la razón y del conocimiento mismo y no el regreso de algún impulso arcaico y oscuro.

 

Si volvemos al ejemplo del cambio climático tendríamos que decir que aquí no se trata de la negación o represión de la crisis ecológica. Por el contrario, hay bastante reconocimiento verbal de lo que esta pasando como notamos en los discursos de “la transición verde”, “la economía verde”, “la sostenibilidad” y cosas por el estilo. Y es justamente aquí donde encontramos la diferencia. Reconocemos que lo que esta sucediendo es un cambio radical, que por fin hemos “despertado” a la realidad, pero al mismo tiempo continuamos viviendo como si nada hubiera pasado. Extinguimos el fuego presente, ayudamos a las victimas si son las victimas correctas, reconstruimos las zonas desbastadas si el país tiene los recurso adecuados, pero todo ello no nos lleva a abordar el fuego dentro del fuego... ¿no indica esto que hay una profunda ambigüedad en este “despertar”?

 

En la represión distinguimos el nivel de nuestra realidad y otro donde existe lo que se expulsa, lo que se “reprime”, que deja de ser parte de nuestra realidad. La preferencia por ignorar algo, en cambio, es uni dimensional en el sentido de que lo que se ignora no desaparece de la realidad sino que sigue ahí, formando parte de ella. Todo esta a la vista, lo sabemos, incluso lo decimos. No lo hacemos desaparecer pero   cambiamos la naturaleza y significado extraordinario del hecho en un hecho ordinario. En breve, lo desrealizamos. En la descripción de la escritora Alenka Zupancic la mantención del estatus quo no significa solo que todo sigue igual sino que también curiosamente los cambios mas destructivos no afectan realmente nuestra conducta. La fascinación con las diferentes formas de apocalipsis, por ejemplo, lejos de ser lo opuesto a la negación es parte importante del funcionamiento contemporáneo. El fin del mundo actúa como una especie de telón de fondo espectacular, algo así como un escenario en el que podemos continuar con nuestras actividades habituales. A menudo las imágenes del apocalipsis no son mas que una pantalla fantasmal que oculta o, mejor aun, que nos protege del verdadero apocalipsis que nos espera en el futuro.

 

Legítimamente uno podría preguntar... ¿por que un conocimiento nuevo y diferente que puede constituir un golpe, algo que nos duele y traumatiza, lo ponemos debajo de la alfombra? Obviamente, según Freud, no es por su contenido, sino por sus implicaciones y significado mas amplio. En este sentido el conocimiento nunca es solo un conocimiento factico, aunque se presente como tal. Siempre es algo mas. “Lo sabemos muy bien, pero de todas maneras”... una maniobra que ayuda a evadir, por ejemplo, la traumática y brutal realidad del capitalismo. El trauma en juego no solo tiene que ver con la desintegración social y el desastre ambiental relacionados con el capitalismo, sino también con lo que se nos aparece como una pesadilla sin salida. El conocimiento permanece en juego, se puede hablar con calma sobre ello y no negar su contenido, pero la realidad de este conocimiento se pierde. Podemos acceder a el, a diferencia de la represión, pero ya no significa lo que normalmente significa. Y es el Gran Otro, en la forma de Gobierno o Corporación omnipotente, el que ayuda a mantener el estatus quo.

 

Si le damos otra vuelta al tornillo podríamos decir que la revelación de que sabemos que encubrimos nuestro saber, que sabemos que “el emperador esta desnudo”, ya no funciona realmente... ¿como así? Según Zupancic aquí se produce una permutación en el nivel de “pero a pesar de todo”, que presupone cierta oposición, cierta contradicción en su estructura, es decir el “lo se bien, pero sin embargo, sigo creyendo lo contrario” se transforma en “lo se bien y por eso puedo mantener mi creencia y seguir sin perturbaciones”. Lo veo, lo reconozco y por eso puedo olvidarlo. Algo que ayuda eficientemente a desrealizar la realidad de lo que esta sucediendo.

 

Cuando la crisis termina, cuando apagamos el fuego, retiramos los escombros, curamos a los heridos y enterramos a los muertos volvemos a la normalidad y nada cambia realmente. Como nota nuevamente Zupancic la gente se siente orgullosa de su poder de resistencia y menosprecian a los que todavía se sienten ansiosos por el curso de los acontecimientos. Lo que aquí olvidamos, dice, es que esta resiliencia existe principalmente solo en la burbuja de nuestra propia relación con nosotros mismos. La cosa es que olvidamos que hay una tormenta rugiendo en lo real y que es muy probable que un rayo nos fulmine. Estamos tranquilos, no porque hayamos aceptado que no tenemos control sobre algunas cosas, sino, al contrario, porque seguimos creyendo que, gracias a nuestra propia incredulidad, todavía tenemos el control. Y esa magia nos protege, incluso si sabemos que no debemos creerla.

 

Nieves y Miro Fuenzalida.


Sunday, August 10, 2025

Cortando gotas de agua


Con

La tijera

Del

Tiempo

Voy

Cortando

El agua

En

Pequeños

Fragmentos

De

Gotas.

Las beberemos

Mañana

Cuando

se

extinga

el rocio. 

 

Nieves.


Sunday, August 3, 2025

El prestigio de los monstruos

 

Los monstruos fantásticos están por todas partes y en todos los tiempos. Híbridos grotescos, recombinación de animal y humano, mezcla de diferentes especies animales y metamorfosis humanas  que dan origen a formas espeluznantes, diabólicas y llenas de maldad hacia los humanos. Objetos malignamente peligrosos que despiertan el miedo primordial de ser comido. Presencias o apariciones horrorosas que hacen trizas todos los estándares del orden, la harmonía y la moral.  

 

Lo extraño es que estos seres bizarros, productos de la pura imaginación humana, que adquieren vida propia en  la mitología, el folklor, los rituales, al igual que en el arte, la literatura, el cine y la cultura popular han ejercido, a pesar de nuestra intensa repulsión y miedo, una tremenda fascinación desde las cuevas de Altamira hasta las fantasías celuloides de Hollywood.

 

Los monstruos en Europa son tan viejos como la misma humanidad. Durante el Paleolítico, cerca de 30 000 años atrás, formas monstruosas decoraron las paredes de las cuevas pre históricas de Francia y España, justo en el momento en que el Homo Sapiens reemplazaba al Neanderthal. Muchas de estas figuras tienen el cuerpo humano como base al que se le agregan apéndices de otros animales... humano con cabeza de serpiente, un ciervo con cabeza humana, un cuadrúpedo con un largo cuello que termina con la cabeza de un caballo, todas creaciones que señalan el nacimiento de un animal imaginativo. En las primeras civilizaciones del tiempo de los faraones los monstruos eran mas que incidentales. Dragones, hombres monos, serpientes marinas  y esfinges proliferaban salvajemente en la antigüedad clásica, símbolos primordiales que activamente  jugaron un papel, aunque negativo, en la formación del mundo. Su contrapartida es el héroe que surge simultáneamente con el nacimiento de los monstruos como la polaridad inseparable de un sistema unificado de valores e ideas. 

 

En el mundo clásico del Mediterráneo los monstruos y los humanos se mezclaban en forma bastante ambigua. El terrible Minotauro de Creta, una creatura maldita mezcla de hombre y toro, exigía el sacrificio de doncellas vírgenes para saciar su lujuria. Generalmente todos estos monstruos tenían dimensiones gigantescas  dotados con un poder físico sobrehumano.

 

Con el advenimiento del Cristianismo los teólogos trataron de reconciliar los monstruos de la imaginación con la moral divina. Según estos pensadores, obligados a acomodar el mal dentro del esquema divino, algo bien difícil de lograr, los monstruos fueron vistos como emisarios del Diablo enviados para combatir a Dios. Entre el Ciclope Polyphemus, del poema de Homero, y Grendel, en el poema Beowulf  de los comienzos del cristianismo, hay obviamente, después de mil años, un cambio de foco. Todavía los monstruos son figuras malévolas que se alimentan de carne humana, signo universal de la monstruosidad, pero con una diferencia. En ambas narrativas el héroe vence al monstruo. Ulises ciega  al Ciclope  y Grendel es muerto por Beowulf. Nada nuevo aquí. Lo que separa a un monstruo del otro, sin embargo, es que el primero es engendrado y protegido por Poseidón, Dios del mar, en tanto que el segundo proviene del infierno y es un enemigo de Dios, parte del condenado clan de Caín.

 

En siglo XIX, época de los descubrimientos científicos, los monstruos aparecen nuevamente en la literatura Gótica con el Frankenstein  de Mary Shelley y el Drácula de Bram Stoker. Hasta recientemente la creencia en monstruos continuo en Europa y  América. Hoy día los monstruos de Hollywood no necesitan introducción... King Kong, Godzilla y Alíen, por ejemplo, entre muchos otros. Y los pueblos aborígenas, al igual que en la tradición europea, también poseen sus propios monstruos... uno de los mas aterrorizantes en la población indígena de Canadá es Windigo, la verdadera encarnación del horror que acecha en la foresta hambriento de carne y sangre humana.

 

Y así los monstruos aparecen en los rincones obscuros  del mundo y en el abismo del tiempo... ¿Qué nos dicen todas estas figuras de horror acerca de nuestra mente? ¿y que tienen todas ellas en común?

 

Uno de los primeros atributos físicos que sobresale es la dimensión gigantesca que poseen. Según los psicólogos esta deformación espacial es la herencia del tiempo en que éramos pequeñísimos comparados con otros, especialmente nuestros padres que parecían tocar el cielo. Las emociones de pavor y admiración frente al monstruo, dice el siquiatra Percy Cohen, son residuos del tiempo en que experimentábamos sentimientos ambivalentes de miedo y reverencia frente a la abrumadora y omnipotente dimensión de los gigantes que nos rodeaban. Junto a la inmensidad física encontramos  también el énfasis en la colosal boca como órgano de destrucción y depredación que rasga y tritura el cuerpo humano para ser devorado, motivo que se encuentra en el folklor y la tradición de todo el mundo. El sicoanálisis distingue la agresividad oral como primera etapa en el desarrollo sicosexual que va acompañada de fantasías canibalisticas. El deseo de rasgar, triturar y tragar, dice Freud, es el foco primario del  impulso agresivo que continua por el resto de nuestra vida. El hombre-lobo, el dragón que escupe fuego y todos los otros monstruos diabólicos que se alimentan de los humanos, nota el escritor David Gilmore, son el símbolo primordial y multivalente de la psique humana que combina toda la serie de conflictos que comprende el inconsciente. Digamos, un remanente mental de nuestra propia etapa primordial.

 

Pero...  ¿no seria posible también que este terror de ser comido provenga, no de nuestra experiencia individual, sino de la memoria colectiva de nuestra propia infancia como especie, de la espeluznante experiencia del encuentro con animales depredadores? Como los fósiles indican, estos animales de rapiña tenían dimensiones gigantescos, enemigos formidables que nadie quisiera tener.

 

En todo caso, cualquiera sea su simbolismo, el monstruo, en ultima instancia, es una metáfora de la regresión en el tiempo a etapas previas. El retorno al cerebelo reptiliano primitivo, a la etapa instintiva del animal humano. La vuelta a la infancia de la vida, a los procesos de pensamiento primario  previos al desarrollo sicológico humano. Y, como nota Gilmore, también regresivos en un sentido mítico religioso, anteriores a los dioses y diosas. Lo que esto sugiere es la idea de que cada ser humano, en todos los tiempos y en todas partes, lleva dentro de si mismo el pasado primitivo de la especie como un conjunto de fantasías imperecederas.

 

Tal vez, uno de los aspectos mas intrigantes es el hecho de que en cualquier cultura los monstruos son una extraña combinación de piezas que re ensamblan la realidad... humanos con características animales, mezclas de tejidos vivos y muertos, amalgama de partes discordantes de una variedad de organismos, como en las quimeras griegas, o la combinación de reinos ontológicos como la hidra y el manticore, una bestia mítica con el cuerpo de león, el rostro de un hombre y el aguijón  de un escorpión... ¿no es esto un desafío a los fundamentos mismos de nuestro mundo?  Pareciera, como dicen algunos, que la mente necesita monstruos para despertarla a  posibilidades desconocida. Que la deformación perceptual involucrada en la creación de monstruos tiene un propósito mental positivo, aparte de la obvia función terapéutica de externalizar nuestros instintos y miedos. En este sentido los monstruos parecieran funcionan como los sueños... algo necesario para el normal funcionamiento mental. Al igual que los sueños el cuerpo del monstruo combina la realidad cuotidiana con poderosas represiones provenientes de experiencias pasadas inconscientes. Y al igual que los sueños los monstruos son vistos fugazmente para luego volver a la obscuridad.

 

¿No hay algo paradójica en estas imágenes que al mismo tiempo de ser aterrorizantes  son cognitivamente útiles, no solo como válvulas para el escape de las emociones reprimidas, sino también como estimulo para la imaginación? Según los antropólogos Turner y Douglas los monstruos son nuestros guías, nuestra entrada al mundo misterioso que yace fuera y dentro de nosotros. Como lo desconocido en si mismo, ellos  aterrorizan y, a la vez, contribuyen al desarrollo y crecimiento de la imaginación. Como tales son indispensables para tratar con los desafíos de la vida. Para el sicólogo de la infancia Jean Piaget esta operación mental sin restricciones de crear monstruos provee un espacio de juego imaginario en el que la gente joven puede experimentar con imágenes e ideas revolucionarias o, como dice Erik Erikson, un medio para infundir la realidad con un nuevo potencial imaginativo. Y Bruno Bettelheim cree que esta forma de creación y juego mental  le permite al niño darle a sus ansiedades una forma tangible de la que luego pueda distanciarse y derrotar. Este proceso proyectivo continua en la adultez, no solo en los sueños y las fantasías, sino también en los ritos comunales. En breve, el monstruo trae los miedos primitivos a la luz del día al darles formas visibles y mortales a las creaturas de la imaginación.

 

La mezcla de animal y humano, como en el hombre lobo, el vampiro, el minotauro o las arpías, entre tantos otros, señala la profunda ambivalencia del terror y la fascinación con la bestia interna, del impulso a negarla y reconocerla. No importa cuan espirituales y celestiales pensemos que somos, el hecho evidente es que somos miembros del reino animal  y como tales herederos de sus instintos violentos. Como cualquier otro animal retenemos el lado atavistico del cerebelo. Para lidiar con la dualidad de nuestros impulsos asesinos y al mismo tiempo compasionados, dice Gilmore, creamos dioses con el lado bueno que llevamos dentro de nosotros y monstruos con el lado malo. El problema es que nunca logramos purificarlos y siempre terminamos contaminando uno con el otro.     

 

Al final, con lo que nos quedamos, es con la idea de que los monstruos son completamente humanos. Su malicia y destructividad  no son características animales, sino humanas. Como ninguna otra metáfora el monstruo muestra la totalidad de la psique en toda su grotesquidad, contradicción, caprichosidad  y dinamismo. Es la  fusión de los opuestos, la subversión de las reglas, el derrocamiento de las barreras cognitivas, las distinciones morales y las categorías ontológicas. Un símbolo universal poderoso que despierta una eterna fascinación compulsiva.

 

No hay una frontera fija entre los monstruos y los humanos, no hay una clara división entre ellos y nosotros, entre bestialidad y civilización. Cuando miramos en la profundidad del pasado, el pasado nos mira de vuelta.

 

Nieves y Miro Fuenzalida