Por supuesto que no. Esta es una condición lamentable de la que tratamos de escapar por todos los medios posibles. Y en términos políticos la izquierda ha tenido como objetivo la lucha en contra de ella. Según Marx la alienación indica la separación y el distanciamiento de las personas respecto de su trabajo, su mundo exterior, su naturaleza humana y su yo. Un problema que necesitamos superar para volver a ser lo que somos.
Y sin embargo hay algo paradójico en la alienación. Esta no es una desviación de nuestra identidad original, algo que una vez tuvimos y perdimos, sino que constituye lo que realmente somos. La alienación ocurre, pero no nos aliena de lo que una vez fuimos. Por el contrario. En la versión del teórico Todd McGowen, siguiendo a Hegel, la alienación es primaria y va a persistir hasta el final de la vida. Estamos alienados de nosotros mismos y de los demás. Y no importa lo que hagamos nunca la superaremos porque en el fondo no hay una auto identidad. Y esta, aunque parezca raro, es una buena noticia, aunque no sin peligro.
La cosa va mas o menos así. La experiencia de la alienación revela el hecho de que uno no es idéntico con ninguna identidad simbólica, algo extraño siempre queda afuera de ella, y por eso uno es capaz de actuar en contra de las expectativas inherentes a la identidad biológica o social, que de otra manera, nos determinaría totalmente. Es esta cosa ajena, lo que Freud llama el inconsciente, lo que origina la división primaria que genera y define la subjetividad y singularidad que somos. Esta cosa ajena, incrustada dentro de nosotros, es la que dicta como actuamos, hacia donde dirigimos nuestra preocupación y que es lo que nos atrae, a pesar de nuestro propio auto interés y deseos conscientes. Por eso no es extraño que alguien que quiera avanzar en su trabajo o mejorar sus relaciones amorosas o sociales, por ejemplo, siempre termine repitiendo las mismas conductas destructivas que resultan en lo opuesto de lo que se había propuesto. Sin esos impulsos inconscientes que sabotean nuestros deseos conscientes el negocio del licor, los cigarros, las drogas o los alimentos saturados de grasas, sal y azúcar que atentan en contra de la salud, por ejemplo, quedarían fuera de circulación. Lo que esto revela es que no tenemos completo control sobre nuestra existencia. Y es esta falta de control, aunque sea difícil de creer, la base que le permite a uno llegar a ser otro de lo que uno es. Esto, según McGowen, es lo que hace que la libertad sea posible. No el resultado de una deliberación consciente, sino la habilidad de interrumpir la cadena de la determinación que, de otro modo, gobernaría nuestra existencia. Una alternativa sin precursor social o psíquico. Faena de la que el inconsciente se encarga.
Saber que somos como sujetos es, en verdad, un problema que no tiene solución, por mucho esfuerzo que pongamos en la búsqueda de una respuesta. La identidad simbólica, sea hombre, mujer, chileno, indígena, hindú, profesor, carpintero, sacerdote o filosofo es el intento de responder al problema. Cuando nos sentimos sin rumbo, por ejemplo, encontramos refugio al recordarnos a nosotros mismos de que somos judíos, cristianos, anarquistas o algo por el estilo. Pero, por mucho que nos esforcemos por identificarme con una posición simbólica, no podemos salvar la distancia entre nuestra subjetividad y la identidad, a pesar de que no hay subjetividad sin una identidad simbólica. Es ella la que nos permite relacionarnos con los demás y desenvolvernos en la vida social. Cuando no sabemos que pensar o como actuar, mi identificación con una posición simbólica especifica interviene para darme respuestas claras, una orientación en el mundo y un refugio a cuestiones existenciales. La búsqueda de una identidad que corresponda plenamente con quienes somos es el intento de curar la alienación. Mientras el sujeto esta desconectado de si mismo, dividido interiormente, la identidad crea la apariencia de auto coincidencia, de autenticidad, incluso si esta en constante cambio. Y es profundamente atractiva porque ofrece una vía para escapar a la propia subjetividad o, dicho de otra manera, una cura a la alienación. Pero, al final, cada identidad es un fracaso debido a la discordancia entre el sujeto y la identidad que supuestamente le es inherente.
Según McGowen el sujeto aparece cuando se encuentra fuera de su propio ser o identidad, por mucho que esta parezca pertenecerle. La subjetividad es esta distancia interna, esta incapacidad para ser completamente uno. Si me identifico como chileno, por ejemplo, simultáneamente afirmo mi no identidad con la chilenidad. La identidad con la chilenidad no puede sino afirmar la chilenidad como una identidad distinta de mi porque debo asumirla. Si la nacionalidad no fuera distinta del sujeto que la asume ningún acto de identificación seria necesario, ni siquiera posible. La auto identificación con significantes maestros implica simultáneamente auto distanciamiento, aunque no seamos consciente de ello. Y esto es porque no podemos evitar usar términos ajenos para definirnos, términos que uno no inventa. La identidad del sujeto, por tanto, siempre esta fuera de si mismo. Y por eso uno puede actuar en contra de las expectativas inherentes a la propia identidad.
Ninguna reflexión del sujeto puede superar la división fundamental entre los deseos conscientes del sujeto y sus deseos inconscientes. Incluso quien esta plenamente conscientes de su existencia termina sucumbiendo al deseo inconsciente que socaba su deseo consciente. Es esta división, que deja al sujeto en constante conflicto consigo mismo, la fuente inevitable de la alienación y singularidad. Es esta distancia de la consciencia la que nos diferencia como sujetos y nos distingue del mundo natural y cultural. El inconsciente siempre excede lo que somos simbólicamente y, a pesar de nuestra condición biológica, tenemos la capacidad de actuar de forma antinatural, aunque tenga un efecto perjudicial. Si vemos la perversión como la disociación de un instinto de su función meramente biológica, entonces, de una u otra forma, todos somos perversos.
Si últimamente somos seres alienados, la comunidad promete un respiro de la carga de la subjetividad. Nuestra identidad simbólica depende de la comunidad que la respalda y autoriza. Sin la comunidad, la identidad carecería de sentido. Ella solo existe mediante el reconocimiento que la comunidad le otorga. Cuando uno se identifica con la comunidad y se posiciona en ella, el problema de la subjetividad alienada pareciera disiparse porque es ahí donde el sujeto siente que encuentra respuesta sobre quien es. La comunidad religiosa, por ejemplo, responde a la angustia sobre mi destino final diciéndome que voy rumbo al cielo después de la muerte. La comunidad étnica me dice de donde vengo y como definirme en función de mi origen. Gracias a ello no tengo que considerarme solo en términos de mi subjetividad desarraigada y la comunidad de mis amistades reafirma lo que soy. Pero esta protección contra la subjetividad que la comunidad proporciona tiene un precio. Para recibir su apoyo debo someterme sin excepción a las exigencias explicitas y, mas importante, las implícitas que la mantiene unida. No hay comunidad que ofrezca identidad gratuitamente y su pertenencia tiene valor solo en la medida en que es particular y exclusiva. Requiere una barrera entre el interior y el exterior, entre nosotros y ellos. Solo existe, en verdad, excluyendo al otro. La seguridad que la comunidad provee, sin embargo, es siempre ilusoria y nunca puede aliviar el problema de la subjetividad alienada.
A diferencia de la comunidad la esfera publica pone en primer plano la alienación del sujeto. Es un espacio físico o intelectual al que cualquiera puede acceder, aunque ciertos intereses privados intentan apropiárselo, imponer la discriminación y negar el acceso. Es aquí donde la subjetividad alienada, y no la identidad, se expresa. Es donde confrontamos a los otros sin el soporte de la identidad simbólica y sin la promesa de la seguridad. Cuando subo al metro lo hago no como profesor, pastor o juez y lo mas probable es que voy a encontrar a alguien que no me gusta o alguien cuyas creencias contradicen las mías o alguien que amenaza mi seguridad. Aquí no tengo el poder para excluir a ciertas personas como en la comunidad. Esta abierta a todos, no importa de donde venga. La identidad simbólica no cuenta para nada. Es en el espacio publico donde me encuentro constantemente en cuestionamiento. Pero, también, es el ámbito donde la idea de igualdad universal subyace, algo que la comunidad no ofrece. Es donde me presento solo con la singularidad de mi subjetividad y es esta singularidad la que me conecta universalmente con la singularidad de los demás. Por eso, según McGowen, el único vinculo que crea la posibilidad de la solidaridad universal es el vinculo de la alienación, la distancia que separa a las personas entre si y de si mismas. Esto es lo único que hay en común. La alienación es universal. Y cualquier intento de escapar a ella genera crueldad y exclusión a nivel personal y socialmente conduce a la opresión, la cosificación y, en ultima instancia, al genocidio.
Cualquier proyecto político que se embarque en superar la alienación se condena a una lucha interminable. Por mucho que mejore el orden social, por mucho que tratemos de instaurar la utopía social, nunca eliminaremos la alienación del sujeto porque esta no es histórica sino estructural. La modernidad no la produjo, la descubrió.
Aunque parezca discordante, la lucha en contra de la opresión y la lucha por aceptar la alienación universal son, según McGowen, una misma lucha. A primera vista pareciera que la alienación de la subjetividad y la alienación que produce el capitalismo fueran diferentes. La cosa es que las formas sociales de alienación siempre expresan la alienación fundamental de la subjetividad. Todos los diferentes tipos de alienación revelan la fractura, la distancia interna que existe dentro del sujeto, la distancia entre el sujeto y su identidad, por ejemplo. Y esta es la razón de que tengan un poder revelador. El trabajo enajenado bajo el capitalismo, como mostro Marx, revela mi subjetividad alienada y facilita el reconocimiento de la alienación fundamental que me define. El problema no es superarla, sino verla como un camino a la emancipación. Luchar en contra de la opresión es luchar para afirmar la propia alienación en contra de la explotación económica y la imposición opresiva de una identidad.
La cosa, por ultimo, es que, porque somos seres subjetivamente fracturados, nunca llegaremos al reino de la felicidad permanente. Esta siempre nos elude y no hay sistema social que pueda evitarlo.
Nieves y Miro Fuenzalida