Imagínate que este fulano al que odias se le acusa de haber cometido un asesinato. Sin embargo, sabes que el nunca cometió tal crimen porque espiando a tu mujer, de la que sospechabas de su infidelidad, ella había visitado a tal sujeto en su casa justo a la hora del incidente... ¿qué hacer? ¿nada y dejar que lo condenen por haber dormido con tu mujer? ¿dejar de lado el odio y testificar en su favor y, considerando el sacrificio que eso exige al renunciar a la venganza, obtener el respeto de la comunidad y la reputación de ser un sujeto noble? ¿o, por ultimo, reconocer que presentarse como testigo es tu obligación y la obligación es la única razón?
Kant, el filosofo alemán, diría que las dos primeras opciones son patológicas y solo la tercera podría considerarse un acto ético que se realiza no solo de acuerdo con el deber sino exclusivamente por deber. Lo patológico, habría que hacer notar, no debe considerarse como lo opuesto a lo normal. Por el contrario, son las acciones diarias “normales” las que son casi siempre patológicas porque hay algo detrás de ellas que las impulsa. Cualquier cosa puede servir como fuerza propulsora, desde la necesidad mas básica e instintiva hasta la idea mas elevada, sutil y abstracta. La alternativa para lo patológico, dice Kant, no es lo normal, sino la libertad y la autonomía.
Muy bien, pero... ¿será posible eliminar todos los motivos e incentivos patológicos de nuestras acciones? ¿hacer caso omiso a todo interés propio, ignorar el principio del placer y el bienestar de quienes nos rodean?¿no será que la realización de una acción “pura” independiente de nuestra realidad material y social es solo una mera fantasía?
Si traemos a Nietzsche diría que cada uno de nosotros contiene una basta confusión de impulsos contradictorios que están en constante lucha entre si, tratando de imponerse sobre los otros. Casi automáticamente tomamos el impulso predominante y lo convertimos en el ego completo, alejando los mas débiles. Cuando hablamos del yo, simplemente estamos indicando que impulso, en el momento, es soberano. Cuando queremos algo hay un impulso que manda y otros que obedecen. Y, lo peor de todo es que, en gran medida, siguen siendo desconocidos para el intelecto consciente. Por mucho que tratemos de conocernos a nosotros mismos, siempre terminamos con una imagen incompleta de los impulsos que constituyen nuestro ser y, por si esto no fuera poco, nunca son meramente individuales, sino siempre están reunidos por formaciones sociales que los organizan de diferentes maneras... ¿dónde queda, entonces, nuestra supuesta libertad y autonomía?
Por mucho tiempo, digamos milenios, ha existido la creencia en un marco transcendental que contiene una sustancia universal cognoscible que podemos alcanzar y si lo hacemos, sabremos como actuar. En el antiguo testamento, por ejemplo, Dios, la sustancia absoluta, le entrega a Moisés las Tablas de la Ley para saber como actuar correctamente. Para Aristóteles, todo lo que existe en el mundo debería ser llevado de acuerdo con el bien o de acuerdo con la naturaleza de su ser, que determina lo que es normativamente bueno. Si conocemos nuestra propia naturaleza, sabremos como actuar. Platón, por otro lado, adopta una trayectoria metafísica completamente diferente. Para llegar a algo que es bueno o malo en si mismo tenemos que trascender la realidad de las sombras de la caverna y conocer lo que hasta entonces nos había sido incognoscible, es decir, lo absoluto o la verdad. El marco transcendental kantiano, en cambio, invierte el argumento, cambia el guion y nos presenta un paradigma completamente diferente.
¿Como así? El ejemplo que da Zizek puede ser de alguna ayuda aquí... Imagina que vas caminando por la calle y, de repente, alguien se desmaya. Todos los demás pasan y cuando te das cuenta que nadie hace nada corres y llamas a una ambulancia. Cuando mas tarde un periodista local te pregunta por que tu, a diferencia de todos los demás, actuaste cuando nadie mostro ni siquiera el intento de hacerlo, respondes diciendo que “no tenia opción”. Y, por extraño que aparezca, esta es la autentica definición kantiana de libertad. Actuamos con verdadera libertad en el momento en que no tenemos otra opción, cuando cumplimos con el “imperativo categórico” que es el nombre de nuestro verdadero deber.
¿Y cual es mi deber? Lo siento, pero, dice Kant, no hay un a priori del deber. El deber es solo lo que el sujeto hace su deber, no existe en ningún lugar exterior. Al negarse a identificar este a priori, de definir cual es el deber, se aseguro de que no se puede convertirlo en una excusa para evitar la responsabilidad personal. Y es esto, justamente, lo que hizo posible rechazar la defensa del nazi Adolf Eichmann en 1971 por su responsabilidad en la deportación de los judíos a los campos de concentración. La referencia al deber burocrático como excusa para llevar a cabo la exterminación de los judíos, es hipócrita. Siguiendo esta misma idea Zizek recuerda el ejemplo del maestro severo y sádico que somete a sus alumnos a una disciplina despiadada con la excusa de que “yo mismo encuentro difícil castigar a los pobres niños, pero que puedo hacer, es mi deber”. A lo que habría que responder que tienes que recordar que eres completamente responsable no solo por cumplir con tu deber pero, también, por determinar cual es tu deber. La responsabilidad por cualquier delito cometido en nombre del deber debe permanecer de manera justa y directa con la idea de que no se puede culpar a la figura de una “sustancia universal”, la combinación de mi estructura genética y mi ambiente, los mandamientos religiosos, la misión histórica, las directivas del Partido, la presión del grupo o lo que Lacan llama el “Gran Otro”. Por tanto el desplazamiento de la responsabilidad personal hacia el Gran Otro no puede justificar la excusa de que uno es impotente frente a las autoridades. Como sujetos, de acuerdo con Kant, al igual que Sartre, tenemos que asumir completa responsabilidad por nuestros actos.
La ausencia de un contenido a priori del deber, el que la voluntad este determinada solo por la forma pura del deber moral, es lo que abre la posibilidad de la libertad radical al quebrar la cadena causal que determina los fenómenos naturales y simbólicos. Algo que opera mas allá del principio del placer y una amenaza a la existencia social “normal”. Cuando creo actuar libremente, cuando hago lo que quiero, estoy esclavizado a mis motivaciones patológicas ligadas a la causalidad que es la que esta tirando los hilos. Soy, en cambio, realmente autónomo cuando paradójicamente hago algo que simplemente no puedo dejar de hacer.
Pero... ¿como puede uno considerar que un acto es necesario y libre al mismo tiempo? El ejemplo favorito de los lacanianos es Antígona, la tragedia griega de Sófocles, que a pesar de costarle su vida, intenta realizar los ritos funerarios de su hermano que van en contra de la decisión publica que decreta que su hermano, el rebelde Polinices, que por haber luchado en la guerra civil contra de Creonte, el nuevo gobernante de Tebas, tiene que ser humillado públicamente y dejado en el campo de batalla presa de los animales de rapiña, el castigo mas severo de la época. El punto de partida de Antígona es un deber incondicional. Debe enterrar a Polinices y nada la detiene para llevar a cabo su propósito. Ningún bien guía su persistencia, ni el suyo propio, ya que lo que le espera es que la entierren viva, ni el bien de la comunidad que pone en peligro al transgredir sus leyes... ¿vale la pena hacer esto, dadas las circunstancias? La pregunta, en verdad, no entra en los cálculos de Antígona. Su acto no encuadra en el ámbito del derecho en sentido socio judicial, ni en el de la simple transgresión de la Ley en favor de algún tipo de derecho humano negado por el estado tiránico. Ella no es una activista política. Por tanto, su deber incondicional, diría Kant, solo encuadra en el ámbito ético.
Cuando aceptamos que la libertad espontanea es imaginaria, determinada por mecanismos causales Psicológicos o por el Gran Otro, lo que queda es el sujeto vacío, la grieta en el Otro en la que la autonomía y la libertad del sujeto se sitúa. Si tengo como máxima, por ejemplo, la autopresevacion, el interés en mi mismo o la felicidad de los que amo, soy yo, y no la naturaleza en mi, lo que le da la autoridad. Puede que todo esto sea producto de una necesidad natural, pero en el análisis final es uno quien hace que esa causa sea la causa. En este caso, la causa de la causa es el sujeto mismo. En lacaniano, el Otro del Otro es el sujeto. El yo transcendental es, podríamos decir, el lugar vacío desde el cual el sujeto elige.
Todo esto suena bastante bien... ¿pero, como se que mi deber incondicional no esta motivado por el inconsciente? ¿no será que, después de todo, es imposible eliminar por completo aquello que pertenece al orden patológico, que algo siempre queda? Según Kant tanto la libertad practica como la necesidad solo es posible con el trasfondo de la libertad trascendental. La genuina negación de la libertad demuestra su imposible. El sujeto es libre quiera serlo o no, es libre tanto en la libertad como en la necesidad, en el bien y en el mal y lo es incluso cuando sigue la trayectoria de la necesidad natural, cuando “no puedo resistirlo”. La tesis kantiana mas importante, como indica Alenka Zupancic, es que la disposición fundamental del sujeto es en si misma algo elegido. Tesis que es posible vincular con la noción psicoanalítica de la “elección de la neurosis”. El sujeto esta sumido en su inconsciente y es quien, en el ultimo recurso, como “sujeto del inconsciente”, tiene que considerar que lo ha elegido. Este “postulado psicoanalítico de la libertad” el que el sujeto, por decirlo así, elige su inconsciente, es la condición de posibilidad misma del psicoanálisis. Sin ello el sujeto no podría tener la posibilidad de una nueva elección después de la elección inicial.
La ética kantiana nos confronta con un dilema bien inquietante, por no decir diabólico ¿Qué sucede, por ejemplo, si me encuentro en una situación en la cual mi deber y el bien del otro se encuentran en lados opuestos y solo puedo lograr mi deber en detrimento del otro? ¿Evito el dolor, e incluso la muerte del otro, o me apego a mi deber? Este es el punto muerto fundamental de cualquier ética basada en la noción del bien, sea individualista o comunitario. Kant intenta escapar a este punto muerto y es por eso que esta no es una ética tradicional sino un paso irreversible hacia algo diferente. Una de las principales razones de la irreductibilidad de lo patológico se encuentra en el hecho de que el principal punto de la patología del sujeto se aloja en el otro. Una ética que identifica el deber con el bien del prójimo no puede evitar, en primer lugar, que lo que consideramos como el bien del otro puede que para el otro no sea lo mismo y, en segundo lugar, el bien de quien estamos hablando, dado que hay varios prójimos diferentes con bienes contradictorios. Inmensas masacres humanas se han llevado a cabo en nombre del Bien.
La conclusión escandalosa en esta ética radical es su misteriosa semejanza con el “Mal Diabólico” que tiene la misma estructura que el acto ético puro. Cumple con la forma y solo por la forma. Puedo actuar diabólicamente por deber y solo por deber, no motivado por impulsos, deseos egoístas, placer o interés personal. El “Mal Diabólico”, por tanto, no es la oposición a la Ley Moral, “haz esto” o “aquello”, sino que sigue una ley enigmática que solo nos ordena cumplir con nuestro deber sin siquiera nombrarlo.
Lo terrorífico en todo esto es que al final de cuentas, el ‘Mal Diabólico” y el “Bien Supremo” inevitablemente coinciden. El Bien no es otra cosa que el nombre de la estructura formal de la acción.
Por mucho que esto nos disguste, rechazar esta concepción del acto ético implicaría resignarnos a lo necesario... ¿No es este el precio de la libertad?
Nieves y Miro Fuenzalida.
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