En el año 2154, cuenta la película distópico Elysium, una pequeña elite se traslada a una estación espacial donde disfrutan de la buena vida gracias al avance de la tecnología, en tanto que el resto de la humanidad, aquí en la Tierra que dejaron atrás, vive en un planeta con mas gente de la que puede alimentar, lleno de contaminación atmosférica y gobernado por una fuerza robótica. Y de ninguna manera significativa pareciera que la elite depende económicamente de la Tierra cuyos habitantes se asemejan mayormente a reclusos encerrados en un campo de concentración en lugar de ser explotados laboralmente, como ocurre con el proletariado durante el capitalismo.
Según Peter Frase, editor de la revista Jacobin de Nueva York y autor del libro Cuatro Futuros, dos fantasmas recorren el mundo en el siglo XXI... la catástrofe ecológica y la automatización. Si nos fijamos en esta ultima, es posible prever un escenario distópico en donde la tecnología robótica reemplaza el trabajo de los seres humanos, no sólo los manuales, sino que también los trabajos mas profesionales e, incluso, los de creación artística, dando paso a una economía totalmente robotizada que va a producir tanto con menos trabajo humano que los trabajadores ya no van a ser necesarios. Vehículos sin conductor, maquinas de coser autónomas, robot que pueden procesar ordenes en enormes almacenes, automatización de la agricultura, etc. etc. Este rápido proceso plantea la posibilidad de un mundo con mayor calidad de vida y mas tiempo libre para todos, pero con la contrapartida de un desempleo masivo y el enriquecimiento de unos pocos, como siempre. Por supuesto esto no es nuevo. El surgimiento de nuevas tecnologías siempre ha producido este tipo de ansiedad. Lo diferente ahora es que el poder de la computarización no solo reemplaza el musculo, sino que también empieza a reemplazar la habilidad de usar nuestro cerebro para comprender y dar forma a nuestro entorno. Un desarrollo que, de todas maneras, dice Frase, refleja la dinámica repetitiva del capitalismo... a medida que los trabajadores ganan poder y son mejor pagados, crece la presión sobre los capitalistas para automatizar.
¿No será que se han venido exagerando las consecuencias de la robotización? Según se dice estamos muy lejos de reemplazar el trabajo humano por sistemas automatizados. Y si esto sucediera se generaran nuevas formas de trabajo, como ha ocurrido antes. El desempleo masivo extremo, como se había anticipado, no ha llegado. La falta actual de crecimiento del trabajo, según algunos críticos, no es por la introducción del robot en la economía, sino por fallas de la política gubernamental. Lo cierto, sin embargo, según Frase, es que realmente existe la posibilidad de que la extensión de la robótica elimine masivamente puestos de trabajo, a pesar de que todavía su incidencia en la encomia no se este reflejando en las estadísticas de productividad.
¿Qué es lo que puede suceder si arribamos a un futuro en que ya no se requiera del trabajo de las masas? ¿Podríamos llegar a una sociedad igualitaria, un régimen socialista de conservación y recursos compartidos? ¿O, por el contrario, continuaremos con una sociedad dividida entre los ricos privilegiados y una masa oprimida? ¿O algo mucho mas obscuro?
El peligro de la automatización, según Frase, en un mundo jerarquizado y de recursos escasos es que la gran masa de personas sea superflua desde el punto de vista de la elite gobernante, lo que contrasta con el capitalismo actual donde el antagonismo entre capital y trabajo se caracteriza por la contradicción de intereses, pero también por la relación de dependencia mutua... los trabajadores dependen de los capitalistas y los capitalistas necesitan trabajadores para administrar sus fabricas y tiendan. Como dice la canción socialista “sin nuestro cerebro y nuestra fuerza, ni una sola rueda puede girar”. La cosa, sin embargo, es que con la llegada de los robots la línea pierde sentido.
Un pueblo económicamente empobrecido presenta un grave problema a la clase dominante que constantemente teme la expropiación de sus bienes. Por ahora, en tanto no existan muchas limitaciones en los recursos, se pueden comprar con algún tipo de distribución siempre y cuando los ricos compartan su riqueza mediante programas de bienestar social. Pero esta solución tiene el peligro de que conduzca a una ola cada vez mayor de demandas por parte de las masas aumentando así el fantasma de la expropiación. La historia es que el burgués necesita del trabajador, pero también vive en constante temor de su poder potencial. Entonces... ¿qué pasa con este peligro si las masas ya no son una clase trabajadora y dejan de tener valor para los gobernantes? Eventualmente alguien tendrá la idea de deshacerse de ellas.
Wassily Leotief, un economista de los años 80’s, describió una analogía bastante impactante al comparar a los trabajadores con los caballos, que en estos tiempos viene al caso... “la introducción progresiva de nuevos equipos computarizados, automatizados y robotizados al reducir el papel de la mano de obra es similar al proceso por el cual la introducción de tractores y otras maquinarias redujo y luego eliminó por completo los caballos y otros animales de tiro en la agricultura”. Con la confianza tecnocrática característica del siglo XX Leotief confía en que, puesto que las personas no son caballos, se encontraran maneras de proteger a todos los miembros de la sociedad. No obstante, si consideramos el proverbial egoísmo de las clases dominantes, no podemos asumir que esto se dará necesariamente. La tendencia inicial es simplemente esconderse de los pobres. Pero gradualmente podemos ver como se pasa de acorralar y controlar la población sobrante a justificaciones para eliminarlas permanentemente.
No es raro ver hoy día, como nota Frase, comunidades cerradas e islas privadas para los ricos y guetos para los pobres, donde la policía mantiene a los pobres fuera de los barrios equivocados y las cuarentenas biológicas y restricciones inmigratorias llevan el concepto de enclave a nivel nacional en donde la prisión se perfila como el ultimo enclave distópico para quienes no cumplen. Comunidades cerradas, islas privadas, paranoias terroristas y cuarentenas biológicas equivalen a un gulag global, donde los ricos viven en pequeñas islas de riqueza esparcidas en un océano de miseria, protegidos por aviones no tripulados y contratistas militares privados. Mas aun, en todo el mundo los ricos están mostrando el deseo de escapar de nosotros. En Silicón Valley, por ejemplo, los plutócratas hablan abiertamente sobre la “secesión”. Balaji Srinivasan, cofundador de una empresa genética en San Francisco, declara que “necesitamos construir una sociedad fuera de los Estados Unidos y manejada por la tecnología”. En la costa de Lagos, Nigeria, un grupo de promotores libaneses esta construyendo una ciudad privada sostenible y energéticamente eficiente con mínimas emisiones de carbono para albergar a doscientos cincuenta mil habitantes. Un lugar donde la elite pueda escapar de los millones de nigerianos que viven con menos de un dólar al día. Y el sitio web Vivos promete la mejor solución de seguros de vida para familias de elevado patrimonio, en un mega búnker en construcción de ochenta apartamentos de lujo, excavado en una montaña en Alemania, a prueba de radiación... “Por solo dos millones y medio de euros puedes esperar el apocalipsis con glamor” ¿No muestran estos ejemplos, entre muchos otros, el impulso de los ricos de separarse de lo que se considera poblaciones sobrantes?
Cuando la sociedad empieza a definirse por una extrema desigualdad y desempleo masivo se puede comprar a las masas por un tiempo y si esto no resulta se puede reprimirlas por la fuerza. Pero también es posible que el peligro de la miseria, en algún momento, no pueda mantenerse a raya y explote. Peligro que constantemente acecha al rico. La solución final, cuando la masas se vuelven superfluas, es la guerra genocida en contra de los pobres... ¿Es verdaderamente plausible un movimiento final de represión y exterminio absoluto? Según Frase esto empieza a desencadenarse cuando un conflicto nacional se superpone a uno nacional, como es el caso de la ocupación israelí de Palestina. Hubo un momento en que Israel dependía en gran medida de la mano de obra barata palestina. Pero a finales de 1990 estos trabajos fueron reemplazados por migrantes de Asia y Europa del Este. Siendo ahora los palestinos superfluos como trabajadores, Israel puede dar rienda suelta a los aspectos mas fanáticos del proyecto colonial sionista, como lo vemos hoy día con la operación de limpieza étnica en Gaza y el West Bank, con la excusa de la autodefensa. En los Estados Unidos la tolerancia en la eliminación de la población excedente, que esta estrechamente ligada a la lucha de clases y el racismo, se puede ver en el sistema penitenciario que actualmente tiene en prisión a mas de dos millones de personas por delitos no violentos. Un sistema de control de los desempleados en donde la policía rápidamente mutila y asesina a diario a sospechosos de cometer delitos menores o incluso a personas que no han cometido ningún delito. La brutalidad de la policía no es algo nuevo, pero si su militarización que los convierte en policías guerreros y un peligro, no solo para el ciudadano aislado, sino que principalmente para cualquier tipo de movilización política.
Por supuesto que el escenario de una sociedad exterminista no es automático y su rumbo, como en todas las políticas sociales, depende en gran medida de nosotros. La transición a una sociedad sostenible con una renta básica universal, como la historia muestra, no es fácil. Lograrlo implicaría destronar la elite mas rica que actualmente domina la política como la economía. Nadie va a renunciar a sus privilegios voluntariamente. Tendrán que ser expropiados por la fuerza y esto tiene graves consecuencias para todos. Una revolución contra un sistema brutal podría a su vez hacer brutales a quienes participan en ella. Como ha ocurrido.
Siempre, nos guste o no, es un peligro subestimar la dificultad del camino que nos espera o que, en beneficio de nuestro supuesto “papel histórico”, justifiquemos una brutalidad ilimitada durante el camino. Algo que pareciera estar constantemente en nuestra existencia. De todas maneras algo nuevo, y tal vez bien obscuro, se avecina.
Nieves y Miro Fuenzalida.
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