Sunday, December 24, 2023

Fuera de los limites

 

¿Hay verdades secretas yaciendo en las profundidades de la consciencia?  ¿algún  misterio escondido en el delirio psicodélico? ¿tal vez una vía esotérica  desconocida hacia mundos paralelos? Esa sensibilidad psicodélica alucinante y visionaria propia de los finales de los 60’s y comienzos de los 70’s hoy es solo un borroso recuerdo. Pero, no para todos. Todavía hay algunos, como el escritor Erik Davis, que tratan de preservar las paradojas, la ambigüedad, lo extraño e incomprensible en la historia de las cosas, especialmente en una época digital marcada por la mentalidad  utilitaria y conformista. El mundo, podríamos decir, es mas grande y mas cósmico que nuestra realidad consensual. Y, tal vez, un encuentro diferente con las cosas es posible. Y muchos, en aquellos años, como algunos de nuestros compañeros en la Universidad, se lanzaron a la búsqueda de intensas y, a veces, devastadoras experiencias hedónicas, farmacológicas, meditativas, paranormales y esotéricas para regresar con creencias alternativas o para provocar nuevas formas de pensar o nuevos estilos de vida. No para cambiar el mundo, sino para  proyectar el yo en diferentes direcciones.

 

Puede que las puertas de la percepción nunca se abran completamente hacia la verdadera realidad exterior, como pretendía Huxley. Pero, las puertas son débiles y las irregularidades de lo real se filtran... anomalías, sincronicidades, deja vu, maravillas, éxtasis, alucinaciones,  telepatía y misterios, lo que algunos llaman “perturbaciones de la realidad”, que porfiadamente se revelan a ser reducidos automáticamente a las características que ya entendemos. Y los psiconautas de esa época eran los equilibristas psíquicos suspendidos en el filo entre el mundo exterior  y el interior, poblado de imágenes fantásticas  y aterradoras, destructoras del autoconocimiento y la certidumbre. Entre ellos los mas notables fueron los “filósofos de garaje”, como Davis los llama, chispas metafísicas errantes con visiones y actitudes singulares comprometidos con la libertad cognitiva y el anarquismo ontológico que trituran la realidad. En los hermanos Terence y Dennis Mckenna, Robert Anton Wilson, William S. Burroughs, Carlos Castañeda, Timothy Leary, John Lilly o Philip K. Dick, parte de la cultura psicodélica de la época, encontramos una mezcla heterodoxa de drogas, renacimiento ocultista, ficciones extrañas, experiencias religiosas psicóticas, sistemas mediáticos y tensiones espirituales, salpicadas con neurociencia, psicología, misticismo, metafísica y ciencia ficción. Toda una enchilada. Y, a pesar de que nuestra mentalidad positivista nos hace creer  que las ideas psicodélicas son solo ficciones, las ficciones, queramos o no, tienen un poder de autogeneración para dar forma a la realidad. Por mucho que intentemos negarlas y reducirlas a psicosis temporarias, a meras acciones farmacológicas o invenciones narrativas, la cosa es que el entrelazamiento entre fantasía y realidad, si miramos cuidadosamente, es mucho mas común de lo que corrientemente pensamos. El intento “es tratar seriamente estas experiencias sin tomarlas literalmente”.  

 

¿Como, entonces, pensar estas experiencias enigmáticas, especialmente cuando rayan en lo oculto, religioso, paranormal y posiblemente patológico? Como Davis nota, lo extraño anuncia la aparición de algo anómalo, de un encuentro inexplicable, aberrante o, a lo menos, inquietante que va en contra de la norma y no sabemos donde ponerlo exactamente porque desafía lo establecido. El racionalismo siempre queda corto porque, aunque estamos rodeados de objetos todo el tiempo, estos también son en si mismos misteriosos y opacos o, como decía Heidegger, esencialmente velados. Y con mayor razón las experiencias limites que, según Davis no debemos verlas como signos de una “realidad separada” sino como manifestaciones o mutaciones de una misma realidad.

 

El encuentro místico, según el filosofo estado unidense William James, es frecuentemente inefable y sus relatos ejercen presiones extrañas sobre el lenguaje. Pero, a pesar de ello, el destello místico toma la forma de una percepción noética, de un conocimiento directo que el describió como “consciencia de iluminación” o, mas popularmente, “consciencia cósmica”  y que posteriormente da origen al perennialismo moderno que sostiene que dentro de las diversas religiones del mundo existen posibilidades de experiencias personales independientes del credo y la ubicación cultural. Diferentes caminos, incluyendo las drogas, pero una sola montaña.

 

No es sorprendente que esta posición, que coloca al individuo por encima de la historia y sus contextos culturales, haya sido criticada por pensadores posmodernistas. En lugar de ser directa, universal e inmediata, los constructivistas sostienen que las experiencias místicas y psicodélicas  están mediadas por el lenguaje y los protocolos pedagógicos, junto con las narrativas, imagines y expectativas culturales. Incluso algunos van tan lejos que afirman que el lenguaje que uno usa para explicar la experiencia puede, en el hecho, haber producido la experiencia, lo que, después de todo, no es algo tan imposible si consideramos que  nuestras experiencias están construidas en gran parte a través de procesos cognitivos, biológicos y sociales. Pero, la clave aquí es “en gran parte”. No toda experiencia, y mucho menos la conciencia, puede reducirse a sus mediaciones estructurales. La fuerza destructora del rayo que ilumina la tormenta, el canto matinal del gorrión o la mariposa azul que se posa de pronto en nuestra mano se filtran a través de nuestra conversación. El mundo esta lleno de construcciones, pero también lleno de encuentros y de imágenes vibrantes que a veces destruyen los lenguajes, conceptos o identidades que producen los marcos en los que tratamos de colocarlos. Mas allá de las cercas del orden simbólico que nos separan del “en si”, quedan zonas crepusculares, influencias intermitentes, que eventualmente se deslizan en nuestra vida... maravillas, éxtasis psicodélicos, anomalías  y terrores  que destabilizan momentáneamente nuestras construcciones mentales y sociales, tan solidas en apariencia.

 

El escenario o ensamblaje, según Timothy Leary, es el concepto central en las experiencias psicodélicas. El contenido y la dinámica de los viajes psicodélicos individuales son, en cierta medida reflexivos, con lo que quiere decir que ellos  dependen no tanto de la droga en si misma sino de la acción conjunta de la intención consciente, las creencias inconscientes y las condiciones materiales, sociales y estéticas del entorno. En el ámbito de la mente, dice Lilly, lo que uno cree que es verdad es verdad o se vuelve verdad dentro de ciertos limites que se pueden encontrar experiencial y experimentalmente. Y estos limites, que son creencias adicionales, pueden  ser trascendidos para condicionar nuevas posibilidades experienciales,  que Lilly llama meta programación. Un método técnico que le permite a los practicantes, no cambiar el mundo, sino cambiarse a si mismos. Una tecnología que posibilita un numero de operaciones para transformar los pensamientos y la conducta y alcanzar un cierto estado de perfección o para escapar a las restricciones de la vieja idea de lo que es ser humano. Pero, como en muchas otras cosas, aquí no hay garantía. El reverso de la auto realización es la inquietante posibilidad de que en lugar de un yo solido, diferente  o mas real solo encontramos el vacío, como ya sospechaba Buda.

 

Desde una perspectiva sociológica las anomalías derivan su aura de misterio no de una característica esencial propia sino de su grado de divergencia con las narrativas en curso. Cualquiera que sean los marcos de explicación que se aplican a la experiencia empírica, sean narrativas culturales, modelos neurocognitivos o análisis estadísticos, parece que siempre encontramos fenómenos que socaban o escapan a esos marcos o, por lo menos, los desvían. Según el filosofo analítico Willard Quine los argumentos analíticos o a priori, digamos esas proposiciones que se basan en fundamentos lógicos aparentemente a históricos o transcendentales, son, a pesar de las apariencias, artefactos fundamentalmente históricos o psicológicos. Incluso los fundamentos aristotélicos de la lógica, incluidas la ley de no contradicción y la del tercero excluido, no están escritas en piedra. Al parecer una lógica mas extraña gobierna lo real, como la rareza cuántica sugiere.  William James sostiene que nuevos tipos de conciencia pueden abrirse a nuevas dimensiones del cosmos aun no descubiertas. Y el psiquiatra transpersonal Stan Grof, por su parte,  argumenta que las moléculas de las sustancias alucinogénicas no causan realmente las extrañas experiencias psicodélicas sino que catalizan material latente en el inconsciente. Algo que Jung en su “Psicología y Alquimia”  ya había notado cuando explica que todo lo desconocido y vacío esta lleno de proyecciones psicológicas. Es como si el propio trasfondo psicológico del investigador se reflejara en la obscuridad. Lo que el alquimista ve en la materia, o cree ver, son principalmente datos de su propio inconsciente.

 

Así, dice Davis, en los años 70’s, ya sea a través de sesiones de rap, del acido, de la meditación o del yoga la consciencia se convirtió en una cosa en si misma, ya sea un medio o una meta final. Toda una subcultura unida en su deseo de lograr una discontinuidad completa con la realidad convencional. Y entre sus tácticas, según Davis, se encontraban la aniquilación de significados, la confusión de la comunicación y el repudio de los principios de causalidad culturalmente aceptados. En el caso de los Mckenna “la subversión radical de la realidad misma”. Una política no solo social sino ontológica. La cosa, sin embargo, es que muy luego el “movimiento de la consciencia”, a pesar de todo su radicalismo, se convirtió, como muchos movimientos contra culturales, en la “industria de la consciencia”.

 

¿Es, después de todo, el tenebroso viaje psicodélico solo un proceso de excitación física que luego es moldeado y experimentado por la psiquis? ¿Un viaje desencadenado por la droga que esta solo en la cabeza? Aquí uno podría preguntar  ¿Y... que tal si algo mas extraño y menos lineal sucede cuando el cuerpo encuentra la droga? En su teoría de la “red de actores” Bruno Latour intenta diagramar los vínculos entre varios agentes, tanto humanos como no humanos que contribuyen a la creación de conocimiento. Aplicada a los fenómenos psicológicos la teoría diagrama aquellos agentes y conjunciones que cruzan la brecha que separa lo interior de lo exterior. Los espíritus o entidades incorpóreas  encontrados y desplegados por los chamanes y curanderos tradicionales, por ejemplo, que juegan un papel tan activo en las comunidades indígenas, no pueden reducirse solo al inconsciente, a los circuitos neuronales o a los “giros y vueltas del yo”, porque impide reconocer las redes lejanas de agentes humanos y no humanos que ayudan a engendrar y poblar la subjetividad desde el exterior. Toda la red psicogénica pone en escena la producción de interioridades. Las entidades incorpóreas no son solo representaciones, imaginaciones o fantasmas proyectados desde el interior hacia el exterior. Ellas vienen y se imponen  incuestionablemente desde otra parte. El metabolismo de los compuestos psicodélicos sigue siendo el eje central del proceso, pero incluso este sugiere una agencia molecular cuya expresión depende de redes psicógenas que se retuercen dentro y fuera de la materia y la mente. Las redes crean las entidades que el usuario detecta en el mismo momento en que las produce, entidades que parecen haber estado ahí todo el tiempo.  El “interior” de la subjetividad aparece aquí, entonces, como un extraño pliegue del exterior en el momento en que los símbolos, objetos y fuerzas externas se imprimen en ella.  

 

Con lo que al pareer nos quedamos finalmente es con un universo que se ve mejor como un pluraverso en donde simplemente hay diferentes maneras de ser para diferentes tipos de cosas.

 

Nieves y Miro Fuenzalida.


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