Nací hace millones de años. Provengo del fondo del mar.
Desciendo del árbol.
Por mis venas corre sangre judía, china, araucana, africana.
Soy ingles, francés, chileno, italiano, español, árabe, griego...
Soy hombre y contengo a todos los hombres. Tengo color proletario.
Los limites de mi nación se pierden en el infinito cósmico.
Desde el centro inquieto de mi alma intento mirar el infinito de frente,
donde el ser y la nada se funden y el tiempo se hace polvo.
Desatar mi imaginación y agotarla en sueños gratuitos. Expandir mi
mente y cubrir el cosmos. Liberar mis miedos y traspasar los limites.
Busco la respuesta, pero mi mente se confunde en el enredo químico
de mis neuronas y no puedo develarla. La realidad se me escurre
como el agua entre los dedos de mis manos y lo único que me queda es un
residuo semántico. Mi consciencia de grupo me revela
el valor y sentido de la vida. La consciencia de grupo del otro me
revela mi relatividad. Pierdo lo absoluto. Solo la consciencia
y lo que la consciencia pueda hacer de mi. O de ti.
Camino con la muerte a la izquierda. Soy lo que ella niega.
Su vacío me da sentido. Soy la obscura consciencia del universo
Y mas allá del tiempo, la eternidad contenida en un segundo.
Busco en todos los laberintos el dominio del miedo. En algún rincón,
entre la genética y la historia, tal vez la esperanza yace.
Irracionalismo y lógica se mesclan cuando me sumerjo
en mi espacio interno, con la secreta ilusión de toparme, sin residuo,
con lo que es. La duda es mi estado permanente. La razón me da seguridad.
Pero, al mismo tiempo petrifica mi mundo. La fantasía es lo que impera.
La tierra, donde se despliega. El problema es que soy un animal limitado,
con ilusiones ilimitadas. El ansia desesperada por obtener la inmortalidad
deja un rastro de miseria, dolor y muerte. El miedo es cosa seria.
La seguridad, la respuesta pretendida. El producto final, la masacre colectiva.
Soy la punta de lanza de un proceso evolutivo que viene de la nada
y que apunta a ninguna parte. Entremedio descategorizo el universo
con la ayuda democrática del orgasmo.
He aquí lo que creamos. Un aquí, una línea recta. Al final, la meta.
Entre uno y otro puro sentido proyectado.
Cuando desato mis ataduras ideológicas, me echo al bolsillo la idea de
Progreso y otras yerbas, mi optimismo empieza a temblequear. Lo que
me queda es un sabor escéptico detrás de la lengua.
Al comienzo fue una pura cuestión físico-química mesclada con
figuras geométricas envueltas en la gran explosión. Despliegue
grandioso de luces fosforescentes. Toda esa energía... ¿para que?
La respuesta alimenta el drama. En el tramo, la historia
hasta el día de hoy es el producto de nuestras creaciones
cuyos residuos tóxicos alimentan nuestra vida.
Miro Fuenzalida.
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