Sunday, July 25, 2021

El desprecio del pesimismo

 

Marginado de la historia y la prensa el pesimismo nunca ha calificado muy bien y muchos creen que para ser consecuente y estar a la altura de sus ideas el pesimista debería suicidarse. De lo contrario es simplemente un hipócrita. En la practica somos una raza de optimistas. El futuro se ve mejor que el presente y el presente  mejor que el pasado... ¿quién podría dudar de esto cuando no hace mucho “un cuarto de la miseria humana era el dolor de muelas”? El “humanismo trágico” reconoce que la vida humana es ostensiblemente insignificante, pero, a pesar de ello, debemos continuar como si esto no fuera así, alimentando y sosteniendo las ilusiones de nuestra grandeza. Debemos creer que no somos lo que somos.

 

Todas las civilizaciones tienen un termino. Todas las especies se extinguen. Incluso el Universo tiene una fecha de expiración. Los humanos no serán, ciertamente, los primeros en desaparecer, pero si podrían ser los primeros en precipitar su propia extinción.

 

El optimismo como creencia dominante en la cultura humana surge de nuestros instintos animales de sobrevivir y reproducirnos, mas que de un pensamiento articulado. Quizás sea por esto que en cualquier momento dado hay mas soldados que filósofos pesimistas. Cada sufrimiento, según el lugar común, vale la pena en nombre de un orden de existencia mas alto. No hay soldado que no este consciente que en el campo de batalla puede sufrir heridas incapacitantes o perder su vida, pero lo hace por su patria o por Dios. Nadie voluntariamente confesaría que esta jugando el mismo juego de siempre. La racionalización optimista necesita desacreditar el pesimismo y mantenerlo a distancia.

 

Existencialismo, psicoanálisis, teoría critica y pos-modernismo rutinariamente son calificadas de filosofías pesimistas porque describen una patética realidad humana que ofende la sensibilidad modernista, en contraste con el utopianismo de los descendientes del pensamiento hegeliano y del liberalismo progresista, seguidores de Locke, Kant, Mill y Dewey. Por los últimos cientos de años la creencia dominante ha sido la idea de un mejoramiento gradual de la condición humana... 

 

¿Pero, que pasa si ese mejoramiento no viene? El pesimismo, según el teórico Joshua Dienstag, es la filosofía política que acepta este desafío.

 

La consciencia lineal del tiempo, que surge en los inicios de los tiempos modernos, trajo la idea del progreso junto con el pesimismo, que es su reverso. La idea del progreso es difícil de desplazar y desde esta perspectiva el pesimismo aparece como una creencia desconcertante, una enfermedad mas que una filosofía que amenaza radicalmente la opinión acerca de nosotros y lo que podemos esperar de la política. Si dejamos de lado la idea de que el pesimismo es solo una triste disposición sicológica que misteriosamente ataca al individuo podremos ver que, mas que una condición afectiva, es una idea moderna.

 

El recuento optimista de la condición humana es lineal y progresivo. El liberalismo, el socialismo y el pragmatismo son optimistas en el sentido de que se basan en la idea de que la aplicación de la razón  a las condiciones sociales y políticas dará como resultado la mejora de estas condiciones. El pesimismo, que sigue la misma condición lineal del tiempo y la historia, niega esta premisa o, por lo menos, no encuentra evidencia de ella. Esta es una  pura extensión lineal sin progreso, gol o fin. Una condición temporal sin nada que nos distraiga de su infinitud y sin sentido. A menos, por supuesto, que podamos distraernos con tareas y fines auto impuestos que  irónicamente  crean daños colaterales.

 

Contrariamente a lo que comúnmente se cree el pesimismo no insiste en una catástrofe final, al estilo de las profecías bíblicas, sino simplemente en una lamentable condición humana que experimenta el tiempo como una carga, la historia como una gran ironía, la libertad y la felicidad como algo incompatible y la vida  humana como una existencia absurda.  

 

A diferencia del animal, cuya vida es un presente encarnado, el humano tiene  consciencia del tiempo que, trágicamente arrastra la conciencia de la muerte, el inevitable camino que lleva a la decadencia y a la propia extinción. Vivir en el flujo del tiempo significa que todo lo que existe ahora siempre se precipita hacia el abismo de la inexistencia. En virtud del tiempo todo se vuelve nada en nuestras manos y todo pierde su valor real. Nada es permanente y lo que mas sufrimos es la falta de permanencia  de las personas que mas amamos y de las  cosas que mas nos preocupan. De hecho, cuanto mas amamos y cuanto mas nos preocupamos, mas sufrimos. La esperanza, la anticipación del futuro, es una pobre compensación. De hecho, agrava nuestra situación, ya que en la mayoría de los casos nos defraudan y cuando se cumplen se incumplen en el momento siguiente al deslizarse hacia el pasado. La conciencia del tiempo, en verdad, es un mal negocio desde la perspectiva de la felicidad humana. Es el precio que pagamos por nuestra capacidad de reflexión, del descubrimiento que la realidad  conspira en contra de nosotros.

 

La consciencia de la dimensión temporal de nuestra existencia nos da el conocimiento  de que nuestras experiencias se acumulan, se multiplican e interactúan y esto es lo que significa ser un animal histórico. La mayor parte de las filosofías dan por seguro que estos efectos son positivos.

 

El pesimismo encuentra pocos indicios de que esto sea así. Ciertamente hay progresos en ciertas áreas y las tecnologías y el poder de las ciencias han aumentado considerablemente. Esto no esta en discusión. Lo que ellos cuestionan es si estos avances han resultado en un mejoramiento de las condiciones humanas, especialmente para las grande mayorías.  Cualquiera que mire el panorama social  difícilmente podría evitar el hecho de que la historia esta llena de ironías. En la superficie pareciera que las cosas están mejorando cuando en realidad están empeorando o, por lo menos, no mejorando. 1.3 billones de seres humanos viven en la pobreza, a pesar del avance tecnológico y cada año 1.2 millones de personas mueren en accidentes automovilísticos. El calentamiento global, la obesidad, el terrorismo nuclear, la industria del armamento, la perdida  de especies, el abuso de drogas,  la polución ambiental, la contaminación química, etc., etc. son consecuencias del progreso que producen inmensa miseria en el mundo ¿No es irónico, entonces, el hecho de que el progreso se transmuta en su opuesto y nuestra libertad lentamente se deteriora, esclavos de una tecnología que ilusoriamente creemos controlar y sin la cual no podemos vivir?

 

Dese hace un largo tiempo hemos venido creyendo que hay una intima correlación entre el verdadero conocimiento y la autentica felicidad. Para el pesimista este es un error fundamental  que necesita ser corregido. Por supuesto la razón tiene muchos beneficios, pero la felicidad no es uno de ellos. Como destructora de ilusiones y auto engaño, es nociva para la felicidad humana. La adquisición del conocimiento acerca de nuestro destino no es un regalo, sino un golpe penoso. La demolición de las ilusiones con que vivimos puede contarse como un avance filosófico y moral. Pero, si supiéramos de antemano como esto va a  afectar  nuestra felicidad, tal vez no perseguiríamos tal conocimiento. El crecimiento de la razón, sin embargo, una vez iniciado no puede detenerse. A la mente cognoscente le es prácticamente imposible valorar la ignorancia. Lo paradójico es que en tanto mas tratamos de desarrollar nuestras capacidades conscientes mas aumentamos nuestro malestar en el mundo. Solo nuestra liberación del peso de  la consciencia es lo que podría traer de vuelta nuestra felicidad. Pero, no estamos dispuestos a tal renuncia.   

 

Es este persistente desajuste entre los propósitos humanos y los medios disponibles para logarlo, entre nuestros deseos de felicidad y nuestra capacidad para encontrarla o sostenerla  la que le permite decir a la filosofía pesimista que la existencia humana es absurda. Por mucho que se nos diga que nuestros objetivos son alcanzables, la vida se presenta como una continua decepción, ya sea en pequeñas o en grandes cosas.  Según Freud el propósito de la vida es simplemente el programa del principio del placer... y, sin embargo, este programa esta en desacuerdo con el mundo entero... todas las regulaciones del universo van en contra de el. Como dice Camus, es el divorcio entre el humano y su vida, entre el actor y su entorno. Y lo mas inquietante es que esta no es solo una cuestión sicológica que podemos curar con la ayuda del terapista, sino un mal ajuste ontológico entre el humano y el mundo que habita. El mundo, al contrario de lo que el modernismo creyó, no esta hecho para nuestro beneficio.

 

Para Camus la cuestión fundamental de la filosofía es si la vida vale la pena vivirla o no. Lo sorprendente aquí no es la pregunta, sino el que tan pocos han considerado responder a este desafío. Los pesimistas, al reconocer la fuerza de la pregunta, no la evitan. No pesimista recomienda el suicidio, aunque algunos han llegado cerca de el. Escritores como Camus, Nietzsche y Unamuno terminan afirmando la vida en tanto que otros como Rousseau y Schopenhauer recomiendan cierto tipo de retiro. El sufrimiento de la vida, dice Schopenhauer, no tiene objetivo ni propósito y la consciencia no es una compensación suficiente, porque todos los proyectos que de ella derivan son barridos por el continuo paso del tiempo. En tanto que el suicidio no es una salida, lo que queda es la practica de un cierto desapego de la existencia, un endurecimiento de la voluntad. La filosofía de Nietzsche, por el contrario, valora la existencia, no porque ella constituye un progreso o tenga sentido. La justificación metafísica de su existencia no es necesaria. La constante transformación, la continua reaparición de lo nuevo, junto con la decadencia y la muerte bastan para abrazar la vida. Si entre todos los animales el humano es el único capaz de apreciar la significancia de la muerte, especialmente la propia,  igualmente es el único capaz de apreciar el significado del nacimiento, sobre todo el suyo propio. Cada ser humano es un nuevo comienzo, un conjunto de nuevas posibilidades.

 

El pesimismo, al sugerir que miremos el tiempo y la historia diferentemente, pide que alteremos radicalmente nuestra opinión  de nosotros y de lo que podemos esperar de la política y la moral. Un pedido no muy fácil de acceder, especialmente frente a las ilusiones del optimismo.

 

El pesimista es ese sujeto que abre la puerta equivocada, ve algo que no debería ver y luego paga las consecuencias.

 

Nieves y Miro Fuenzalida.


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