A
las amenazas existenciales a la vida económica, a la estabilidad del clima y a
la democracia ahora tenemos que agregar el bicho que, de pronto, empieza a
multiplicarse y a crecer en medio del silencio de nuestros órganos que, según algunos, pone a prueba el futuro de la especie humana.
La muerte nos rodea y el tejido se deshilacha. Una maldición de Dios, dicen los
evangelistas judeo cristianos. La venganza de la Madre Naturaleza, dicen los
ecologistas.
Los
sentimientos apocalípticos se introducen fácilmente en los análisis de los
comentadores sociales. Estamos al borde de la Depresión Económica mas profunda
de los últimos 100 años. Los trabajos desaparecerán, los sistemas de salud
sufrirán una crisis desbastadora y los ahorros desaparecerán.
Lo
cierto es que la Pandemia ha expuesto a la luz del día el orden global
neoliberal competitivo. Hoy día la idea
mas peligrosa seria la de volver a creer que todo lo que necesitamos es volver
a la normalidad de antes. Un antes que, obviamente, ya era una catástrofe. Un
sistema al servicio de la multiplicación del dinero privado que depreda el
desarrollo de la vida, la naturaleza y las organizaciones civiles y que necesita ser eliminado radicalmente. El
problema es que las promesas milenarias de renovación, mas allá del dolor y del
caos, no son del todo convincentes. No sabemos como llegar allí desde aquí.
Pareciera que es mas fácil imaginar mas devastación ecológica, mas nacionalismos
totalitarios, mas vigilancia electrónica y mas control corporativo. Es como si
hubiéramos perdido el sentido histórico de nuestro ultimo objetivo, suponiendo
que alguna vez lo hemos tenido
¿No
es el caso de que siempre hemos vivido con el presentimiento de que estamos a
punto de llegar a una encrucijada?... la crisis, el quiebre, el colapso de las
estructuras a la vuelta de la esquina. Una esquina bien grande, eso si. El
derrumbe total del capitalismo, sin embargo, no viene y, de alguna manera, siempre
se las arregla para continuar existiendo. Y ahora, de pronto, pensamos que esta
vez realmente esta ocurriendo, justo ahí, al frente de nuestros narices.
Cientos de caminos se nos abren. Algunos nos llevan directamente a una sociedad
infernal, otros al mismo lugar en que estábamos y, unos pocos, a ese bello
mundo con el que nos atrevemos a soñar.
En
el 2019 cinco millones de niños murieron de hambre, 162 millones de mal
nutridos, un millón de suicidios, setenta mil muertes debido a sobre dosis,
solo en EU... ¿porque los gobiernos no declaran
estados de emergencia frente a estas calamidades? y ¿por qué, en lugar de sonar
la alarma frente a la destrucción nuclear o ecológica, eligen magnificar esos
peligros? El punto no es que el Covid-19 no sea malo y que las medidas tomadas
sean exageradas. El punto es que si implementamos cambios tan radicales en
contra del virus... ¿porque no implementamos
también cambios para esas otras condiciones que amenazan la existencia
misma de la humanidad?
La respuesta no es un misterio. Frente al hambre
mundial, la adicción, el suicidio o el colapso ecológico se requiere el cambio
total de nuestra forma de vida, empezando con el cambio radical de las
estructuras económicas actuales, cosa que las elites dirigentes y las
instituciones y medios informativos que les sirven no están dispuestos a
permitir. La pandemia es, en cambio, una crisis a la que se puede responder sin
modificar el statu quo. Esta es, como dice el escritor Charles Eisenstein, una
crisis frente a la cual el control funciona... cuarentena, aislamiento,
distancia social, bloqueos, lavado de manos, control de movimientos, disciplina
corporal. Covid-19 es una amenaza que los gobiernos creen saber como enfrentar.
La mayoría de los otros desafíos que hoy encaramos no responden a la fuerza.
Los antibióticos y las cirugías no son capaces de contener las enfermedades
autoinmunitivas, la adicción o la obesidad. Los rifles automáticos, los tanques
y los misiles con los que se arman los ejércitos son inservibles para eliminar el odio o la
pobreza y la policía y las cáceles son
incapaces de eliminar el crimen. Este nuevo virus, en cambio, recuerda
esos días cuando las enfermedades infecciosas cedían frente a la higiene y la
medicina moderna y la naturaleza sucumbía a la conquista tecnológica. La
dominación y el control funcionan cuando la causa de nuestros males viene de
afuera, cuando es producido por lo Otro.
Si
hay algo para lo que el ser humano es bueno es para luchar en contra de un
enemigo que pone a prueba la validez de las tecnologías, sistemas sociales y
visión del mundo. De ahí que frecuentemente los gobiernos conciban el peligro
como enemigo... el terrorismo, el
trafico de drogas, las enfermedades. Y ahora, cosa que no es rara, el Covid-19 llama a las armas, a reorganizar
la sociedad porque, como dice Emmanuel Macron, “estamos en guerra”. Doctores,
enfermeras, ambulancias, bomberos y empleados de súper mercados y del
transporte son los que están al frente
de la batalla y los héroes del momento. Y, al igual que en la guerra, todas las
actividades y los lugares donde pretendemos ir son clasificados de acuerdo a lo
que es permitido o prohibido bajo estricta vigilancia policial... ¿qué otra
cosa, si no la amenaza a la vida, como en tiempos de guerra, es la que merece control
total? Por supuesto que tenemos que protegernos y tomar todas las medidas
posibles, pero, al mismo tiempo... ¿no podríamos también usar esta pesadilla
para examinar todo el sistema?
El
Covid-19 eventualmente desaparecerá, pero, cuando lo haga... ¿todavía estaremos
dispuestos a entregar la decisión final sobre nuestros cuerpos a las
autoridades y a mantener todos los servicios de vigilancia y control que hoy se
han impuesto? Probablemente muchos de los controles en efecto se van a relajar
en unos pocos meses. Pero, no es imposible imaginar que algunos de estos
cambios momentáneos puedan transformarse en algo permanente si consideramos que
la reinfección siempre es posible. En este escenario el virus no es solo una
amenaza a la vida personal y colectiva, sino también a las instituciones
democráticas... o lo poco que queda de ellas.
Desde
tiempos inmemoriales las sociedades han identificado el progreso con el aumento del control sobre
el mundo... la conquista del fuego, la domesticación de animales, el dominio de
las fuerzas naturales y el ordenamiento de la sociedad de acuerdo a la ley y la
razón. Y la revolución científica y la tecnología a la que dio origen le dio un
nuevo impulso al dominio del mundo
natural y a las ciencias sociales que ahora empiezan a usar los mismos medios y métodos para
diseñar la sociedad perfecta. Por eso no es de extrañar que los administradores
sociales reciban con beneplácito la oportunidad para afianzar su control en
beneficio, como ellos dicen, del bien común. Un bien común bien poco común.
¿Sera
que la perfección del control es el resultado final de la fantasía del yo
independiente que se inicio con el modernismo y que se exacerba en el
neoliberalismo, como algunos analistas proclaman? Esta es la narrativa del
individuo autosuficiente viviendo en un mundo lleno de Otros, en un medio
cercado de agentes genéticos, sociales y económicos, compitiendo unos con
otros, en donde el sujeto tiene que protegerse y dominar para prosperar.
Ciertamente
esta no es la única forma de ver a los seres humanos. Cuando los entendemos
como seres relacionales,
interdependientes, podemos ver que uno rebalsa en los otros y los otros
rebalsan en uno. Es el instante en que ya no buscamos al enemigo como la
solución de cada problema, sino buscamos por los imbalances en nuestras
relaciones. Cada encrucijada nos enfrenta con profundas elecciones. Volver al
mundo de antes es volver nuevamente a la exclusión, a la desesperanza, a la
obscena desigualdad y destrucción natural.
En
medio del actual farrago de noticias falsas, rumores, narrativas políticas,
teorías de la conspiración y estrategias de contención contradictorias nos
quedamos al final de cuentas sin saber
exactamente que esta pasando. Y este no saber lo llenamos con opiniones. La
cosa es que cuando tenemos opiniones siempre bloqueamos algo para mantener
nuestros puntos de vista.
Nieves
y Miro Fuenzalida.