Cuando se habla de
anarquismo inmediatamente pensamos en la crítica del Estado. Si los marxistas
en un tiempo querían tomar el Estado y
establecer la dictadura del proletariado hasta el momento en que se extinguiera,
los anarquistas querían abolirlo. Ser gobernado, decía Proudhon, es ser
observado, inspeccionado, regulado, adoctrinado, clasificado, evaluado,
censurado y controlado por individuos
que no tienen el derecho ni la virtud para hacerlo. Y, por su parte, Bakunin
acostumbraba a repetir que los
revolucionarios marxistas nunca han sido ni serán enemigos del Estado porque su
objetivo es derribarlo solo para
crear otro sobre sus ruinas. Al centro
del pensamiento marxista se ubica el problema de la opresión que surge de la explotación, de la
extracción de la plusvalía. Si este es el problema, dicen, no hay razón para
desmantelarlo porque puede usarse como poderosa fuente de poder para
transformar las relaciones de producción. Una vez desaparecida la explotación
el Estado ya no será necesario. Los
anarquistas, en cambio, encuentran que el problema no radica primariamente en
la explotación, sino en el poder mismo. Cualquier institución que ejerza poder
debe ser resistida y el Estado, que concentra el máximo poder, debe ser, por
sobre todo, resistido. El reemplazo del Estado burgués por el Estado proletario
no elimina el problema del poder. Es el mismo poder bajo nueva administración.
¿Es el ver la
opresión como resultado de la acción del
Estado o como resultado de la
acción de la economía lo que, realmente, diferencia el anarquismo del
marxismo? Según el teórico Todd May esta
no es una comprensión correcta de la diferencia
entre uno y otro. Seria mejor decir que la dominación proviene del poder
que opera perniciosamente. Es cierto que esto ocurre cuando el burgués controla
los medios de subsistencia del obrero o cuando los medios de información
ocultan los intereses de las elites económicas que proveen su financiamiento.
Pero, también la dominación ocurre en múltiples otras formas de las que no siempre estamos
concientes como las prácticas disciplinarias, sicológicas, siquiátricas o
sexuales, por ejemplo, que nos transforman en sujetos sociales que reproducen
el sistema que beneficia particularmente
a las elites económicas y políticas sin que estas necesiten comprometerse
directamente en la dominación. La
dominación sexual, que ha venido desarrollándose en el curso de muchos siglos,
no es la historia de cómo unos individuos
dominan a otros, sino de cómo la categoría sexual se ha transformado en
una forma de dominación. El anarquismo puede ser mejor comprendido como una
critica de la dominación mas que como una critica del Estado. A diferencia del
marxismo, dice May, no se concentra en
un tipo particular de opresión, como la
explotación que surge en el modo capitalista de producción, sino que su
preocupación se dirige a las diferentes formas de dominación que ocurren en el
ambito social. El Estado con su concentración de poder burocrático y militar
puede ser una de ellas. Pero no es la única fuente de dominación y en ciertas
condiciones puede ser la fuente de menor opresión. Para Bakunin el Estado es un
instigador del poder, pero por si mismo no es la fuente de toda dominación. La
posición política del anarquismo es la crítica y erradicación, hasta donde sea
posible, de toda forma de dominación.
Entendido de esta
manera el anarquismo se nos presenta como una posición puramente negativa que
de alguna manera no ofrece ninguna solución particular en contra de la
dominación. No dibuja un mapa de cómo podríamos lograr un mejor arreglo social
que trataríamos de imponer en otros.
Este intento, según el anarquismo, solo resultaría en la repetición de una
nueva forma de dominación que completaría el círculo… ¿Deberíamos, por tanto,
conformarnos con una visión puramente negativa de lo político o enmarcarlo
positivamente evitando repetir los errores del pasado inmediato asociados con
el socialismo?
Lo que mayormente
pasa hoy día por política se centra en elecciones, burocracia, procedimientos en la rotación de las relaciones de poder para controlar el Estado y la economía y las
justificaciones ideológicas para mantener elementos particulares del sistema o
el sistema como tal. La mayor parte de la sociedad no participa, a excepción de
las votaciones, en su creación o mantenimiento. Y en los Estados autoritarios o
dictatoriales ni siquiera esto se da. La
práctica política solo compromete a unos pocos por lo que no es de
extrañar la despolitización creciente que observamos hoy día. ¿Cuál es el problema con este orden social?...
Su profunda desigualdad. El presuponer que ciertos individuos saben cual es el
bien publico y que es lo mejor para los otros, porque los otros no son capaces
de lograrlo por si mismos sin su intervención. Es la negación a reconocer la
capacidad del pueblo para controlar sus propios asuntos.
¿Cuál seria una
acción política diferente y antagónica a este orden capaz de socavarlo?
El filosofo francés Ranciere, no extraño a las ideas anarquistas, sostiene que la afirmación de la igualdad destruye la clasificación del orden vigente que presume la autoridad sobre otros basada en la división de clases, el control económico, la raza, el sexo o el estatus social. El objetivo de la política de la igualdad no es unificar, sino desclasificar, dividir el orden social para introducir la disensión dentro de el. Los que son considerados menos que iguales, los que no son parte del sistema, eventualmente se separan de el debido a la tensión creada por la desigualdad introduciendo la división dentro del orden. Son los que basan su participación en la presuposición mutua de igualdad lo que le da el carácter auténticamente político a su acción. Si la crítica de la dominación es un lado del anarquismo, la presuposición de la igualdad es su lado positivo que le permite ver el concepto de dominación como algo plástico, aplicable a una variedad de situaciones. Su defensa y afirmación, dice Ranciere, no presupone una esencia profunda ni el retorno a la visión romántica del ser humano como inherentemente bueno. Su alcance es mucho mas modesto y solo se refiere al hecho basado en observaciones empíricas que la gente posee suficiente inteligencia para dirigir sus vidas y emprender acciones políticas a nombre propio. Según Ranciere sin esta presuposición básica no seria posible imaginar una política progresista ni la critica de las jerarquías y dominaciones.
Las democracias
capitalistas, que se definen a si mismas como sociedades igualitarias y libres,
se ven confrontadas con profundas contradicciones en el seno mismo de su clase
dirigente que la luz de la acción política pone de manifiesto. Su narrativa
gira en torno a la creencia de que la
igualdad es parte de la
estructura social mientras que en la práctica esa misma estructura social
sostiene la jerarquía y dominación que niega la igualdad. El compromiso a la
igualdad de la sociedad capitalista, como la tradición marxista mostró, no es
más que un compromiso formal, un compromiso legal que sirve para velar las
reales relaciones de desigualdad que en el existen. Hasta el día de hoy el
antagonismo crucial, el punto de referencia de todos los otros es el
antagonismo entre excluidos e incluidos.
Es una división que atraviesa todas las otras.
Para Ranciere la
acción política debe tomar esta contradicción seriamente y traerla a la luz del
día. No la contradicción entre nuestras acciones y supuestos principios
transcendentales que, por el mero hecho de ser seres humanos o seres racionales
o hijos de Dios, deberíamos seguir, sino la contradicción en uno mismo, la
contradicción que consiste en el fracaso en mantener la consistencia. No hay
inconsistencia si uno apoya la desigualdad. Pero si la hay si uno la rechaza y
luego la practica. Y esta es la contradicción de la democracia capitalista.
Cuando esta proclama la libertad e igualdad la acción política del momento es
tomar esta declaración literalmente y afirmar la libertad e igualdad para pluralizar, expandir y participar en los lugares en que se adoptan las
decisiones económicas, para multiplicar
y democratizar los espacios de
representación y radicalizar y reconfigurar
los ya existentes con el interés de desarrollar efectivamente los mecanismos de participación.
No hay un sujeto político que primero existe y
luego decide actuar. Es la acción política la que crea lo que antes no existía. Un sujeto
político colectivo surge o se crea a si mismo como un actor social en el
momento en que su acción rechaza la clasificación y el lugar que el sistema le
asigna. El proletariado es el nombre de un grupo que surge cuando asume el
nombre de proletariado junto con la unidad interna y la igualdad que el nombre
implica. Antes de esa acción solo había trabajadores. No basta que haya ricos y
pobres para que su contradicción transforme el sistema. Es la acción política
la que causa que el pobre exista como un sujeto activo. Cuando se confronta a
un adversario, cuando los que no son parte del sistema actúan políticamente en
contra de los que son parte se crean obligaciones y deberes, conexiones internas
solidarias cuya presuposición es la igualdad. Hoy día uno de los fenómenos más
impresionantes en las megas ciudades del mundo son las poblaciones marginales
que, por constituir la parte que no es
parte, tienen el potencial de transformarse en el próximo sujeto político.
Libres de amarras sustanciales, sin inversiones en el sistema y fuera del
control policial estatal las poblaciones marginales constituyen espacios que, a pesar de estar dentro del
territorio nacional, se ubican fuera de la ley. Es esta masa,
privada de todo y situada en los márgenes de los centros industriales la que
puede transformarse en el núcleo de la fuerza política futura, en agentes de
cambio, capaces de romper la inercia
política.
Si consideramos
que cualquier transformación histórica llevada a cabo por una voluntad colectiva requiere de una acción política capaz de
articular la multiplicidad de posiciones en juego, de una dirección que en
ultima instancia suspenda la discusión y tome una decisión… ¿como la fusión de experiencias
en contra del sistema va a operar en una relacion igualitaria, horizontal,
carente de partidos, sin correr el peligro de la fragmentación? Es aquí,
justamente en el momento en que necesitamos
referirnos a las formas concretas y especificas de la articulación
política, cuando el anarquismo no puede decirnos nada.
Nieves y
Miro Fuenzalida