Vivimos en un mundo en donde todo es mediatizado por el espectáculo que despliegan los nuevos medios de difusión. Los ataques terroristas, la tragedia de los refugiados, los accidentes industriales, la corrupción política, los desastres climatológicos o la crisis ecológica son espectáculos que ocurren en otras partes lejanas del mundo y en tanto vivimos en nuestra burbuja digital, alienados del mundo natural no tenemos idea de los desafíos más grandes que la historia de la especie humana enfrentara en el siglo XXI.
Lo que no debemos perder de vista en esta caracterización es el hecho de que este mundo mediatizado no es un mundo nuevo. El mundo humano siempre ha estado mediatizado. Lo nuevo que la revolución de los medios de comunicación ha traído es poner de manifiesto la problemática de la mediatización en su sentido más amplio, incluyendo el lenguaje y el pensamiento conceptual como elementos estructurales de cualquier experiencia humana. Lo que cotidianamente hacemos, en verdad, es tratar con representaciones de la realidad más que con la realidad misma y lo que redescubrimos en la sociedad mediatizada es lo que siempre hemos venido haciendo.
Si tomamos esto en cuenta tendríamos que reconocer que todos los desafíos contemporáneos son mediatizados, cualquiera sean los contenidos específicos que puedan tomar. Mediatizados significa que no son algo que simplemente encontramos ahí como tal, sino que necesitan ser construidos como desafíos socio políticos. Por eso, si pensamos que no hay descripciones neutrales de los hechos, la “crisis ecológica” solo puede existir a través de una construcción discursiva y no puede, simplemente, leerse directamente de la naturaleza misma.
¿Cómo debiéramos ver, según esto, la relacion entre la configuración política global actual y la salud relativa de los sistemas ecológicos? Según los movimientos progresistas el capitalismo tardío es el factor clave de la crisis ecológica porque se caracteriza por una permanente aceleración temporal y espacial de la colonización de la naturaleza. Un proceso en donde los últimos vestigios del espacio tradicional, no mercantilizados, empiezan a ser eliminados. El capitalismo construye la naturaleza como mercancía exactamente en la misma forma en que convierte los objetos, los procesos y las relaciones en valores de cambio ignorando toda la especificidad o singularidad que ellos contienen. Esta transformación no es un cambio en el objeto, sino un cambio en sus relaciones, porque la comparación de unos con otros requiere la desconstruccion de sus caracteristeristica singulares.
La expansión del capitalismo global, al disolver las relaciones tradicionales, al desintegrar los lazos comunales que sostenían y aseguraban la identidad individual (nacionalidad, raza, etnicidad) liberan al sujeto de las restricciones tradicionales. Esta nueva experiencia de libertad que se da en un ambiente marcado por la inseguridad, por un mundo que a uno nada le debe, puede experimentarse como una apertura extraordinaria, pero también como una experiencia terrible con consecuencias políticas y sociales potencialmente desastrosas. Es esta ambivalencia de libertad e inseguridad la que la industria publicitaria explota al unir la felicidad con la gratificación fugaz del consumo mercantil. La inseguridad acerca de la propia identidad lleva al individuo a un consumerismo frenético que es facilitado por las innovaciones tecnológicas hasta el punto en donde, finalmente, encontramos el límite real de los procesos ecológicos.
El colapso de los regimenes comunistas afecto profundamente a las fuerzas sociales progresistas en su capacidad para regular, limitar o moderar el triunfo del libre mercado capitalista y las alternativas al sistema, especialmente en el periodo del capitalismo avanzado, son virtualmente inimaginables. La sobrevivencia de los partidos políticos contemporáneos, por ejemplo, depende de la capacidad que posean para mantener la estabilidad macro económica que en ultima instancia se reduce a seguir las reglas del juego neoliberal. Al final, nos quedamos con un ambiente político global carente de fantasías sociales, incluso de las más modestas como las social demócratas.
El poder de esta narrativa apropiada al periodo de la globalización y centrada en la declinación del Estado y la Nación ha empezado a ser debilitada por los eventos recientes. No es que la ideología comsumerista haya perdido popularidad, pero si ha empezado a mostrar sus contradicciones, su incapacidad para reproducirse a si misma, su incompatibilidad ecológica y la vaciedad de sus promesas. Los movimientos en contra de la globalización neoliberal y los permanentes riesgos de recesión le han facilitado a las clases dirigentes manejar los sentimientos nacionalistas para mantener la reproducción social. El nacionalismo claramente responde a necesidades reales y provee, junto con los fanatismos que causa, un cierto sentido de participación en un proyecto político y en la construcción de una comunidad nacional que trasciende los limites del individuo.
Después de su declinación, causada por la globalización, estas necesidades no fueron satisfechas por el internacionalismo cosmopolita ni por proyectos basados en una solidaridad transnacional. La nueva ideología de la globalización cambio el modo de gratificación y prometió responder a estas necesidades con el aumento del consumo de mercancías. Las necesidades satisfechas por el nacionalismo son ahora satisfechas por el consumismo.
La cuestión es… si el nacionalismo ha empezado a retornar ¿que paso con la promesa? Si entendemos este cambio como una tendencia mas que como el reemplazo de uno por otro se hace más fácil entender que el carácter siempre flexible de las ideologías nacionalistas puede unirse al consumismo en momentos en que la Nación se ve en peligro. En estos momentos el consumismo ya no es una alternativa al nacionalismo, sino su complemento. Comprar se transforma en un acto político, un deber patriótico, como dijo Bush, y el cilindro que mantiene la maquina económica mundial. La unión del nacionalismo y el consumismo pasan a ser dos lados de la misma fantasía ideológica.
El consumismo, lejos de
ser apolítico, es la última ideología política basada en
una cierta ilusión que es posible identificar. Decir que el consumismo es una ideología equivale a
decir que las necesidades son producto de relaciones sociales y no simples
hechos naturales, a pesar de la objeción de que hay necesidades básicas que no
están sujetas a variaciones culturales. Hablar de necesidades socialmente construidas,
especialmente cuando la mitad de la población mundial vive con menos de dos
dólares al día, aparece como algo absurdo, como si el hambre no fuera algo
real. La distinción, sin embargo, no es muy útil y corre el riesgo de reducir la diferencia a
necesidades falsas y necesidades reales
que pueden ser ordenadas de acuerdo a prioridades, lo que plantea más problemas
de los que resuelve. La ventaja de pensar
las necesidades humanas a través de los procesos
que las crean es que permite descubrir las dimensiones ideológicas
de las actividades políticas y la forma
en que los problemas ambientales son naturalizados.
El discurso de los límites y la escasez es un buen
ejemplo ideológico al introducir
socialmente estas dos categorías en la comprensión de la naturaleza. La naturalización de la escasez, que lleva a
ciertas actitudes éticas que expresan la necesidad de la represión de los
deseos y la auto vigilancia de la gratificación
de los impulsos e instintos, implica la idea de que la escasez, en
ultima instancia, no es una cuestión de redistribución socio económica, sino un
problema relacionado con la limitación material de los recursos naturales.
Ver los límites naturales como la descripción de relaciones socio ecológicas, y no como hechos naturales, no significa negar que los cambios climáticos y la disminución de las fuentes energéticas no estén ocurriendo. Muy por el contrario. Lo que significa, es que el desarrollo de los cambios ecológicos puede ser influido por una variedad de factores sociales. Las instituciones y las relaciones sociales necesariamente reflejan cambios ecológicos y determinan impactos específicos. Aquí no esta en discusión el hecho de que existen ciertos limites al crecimiento poblacional y económico. Pero, lo que si esta en discusión es la forma en que construimos y vemos estos límites. Según el proyecto político que avancemos estos pueden percibirse de diferentes maneras. Como desventajas en una sociedad consumista o como oportunidades para cambiar la acumulación cuantitativa por un mejoramiento cualitativo en el proceso de crear una sociedad más sostenible.
En el momento en que el triunfo del capitalismo global es virtualmente completo y que los últimos vestigios de espacios no mercantilizados empiezan a desaparecer este cambio es difícil de contemplar. Pero, la promesa de un modo de consumo que sea ecológicamente sostenible siempre existe.
Nieves y Miro Fuenzalida.
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