Sunday, April 21, 2019

El mito de la democracia electoral



La democracia burguesa se reduce al espectáculo  electoral que se celebra cada cuatro años y que supone que es la gente, o si se prefiere, el pueblo, quien elige a los candidatos, partidos y programas... ¿cierto? No realmente... en todas las democracias los políticos  pasan por un complejo proceso de  selección que  le asegura al verdadero poder que ellos no constituyen una amenaza  a sus intereses. Los que se salen del libreto son eliminados como Salvador Allende en Chile, removidos del poder como José Manuel Zelaya en Honduras y Dilma Rousseff en Brasil  o se cambia el régimen  como intentan  en Venezuela.  Los otros, bien conscientes de esto, entran en política sin ninguna intención de cambiar fundamentalmente el sistema o desafiar a la clase dirigente. Es la ultima domesticación de los que hasta hace poco se llamaban socialistas. El sistema es sorprendentemente eficaz en conocer, absolver y luego transformar los desafíos mas radicales  que bajo el peso de la oligarquía global terminan disolviéndose.  Por supuesto algún cambio ocurre, pero siempre de acuerdo a lo que la elite económica permita. La gente puede protestar, marchar y concentrarse  todo lo que quiera, pero la oligarquía tiene bastante poder y habilidad para guiar las protestas hacia donde quiera.  Los medios de información, los partidos políticos, las fuerzas de seguridad, los gerentes de industria  y de las finanzas mas el Fondo Monetario Internacional configuran la imagen política dentro de la cual nuestras acciones ocurren. Frente a este panorama... ¿queda algún incentivo real para votar?

Según se dice... si no votas, no tienes derecho a reclamar. Y, sin embargo millones y millones de personas con derecho a voto en las democracias occidentales rehúsan votar. De acuerdo  a un estudio del Banco Mundial la participación electoral en el mundo disminuyo del 80% en 1945 al 65% en el 2015. El mensaje es simple... “hemos perdido la fe en la democracia electoral”.  Como se rumorea... “si votar hiciera alguna diferencia, ellos no nos dejarían votar”. No es solo una desilusión  acerca de los candidatos y sus programas, es una desilusión  acerca de las instituciones democráticas mismas.  Si el sistema ni siquiera tiene la voluntad de enfrentar los peligros presentes y que  son bastantes... ¿que razón tenemos para tener fe en el?  Tácitamente los que se niegan a votar han concluido que el sistema no necesita cambiar desde dentro. Necesita ser reemplazado.

El calentamiento global ha sido la prueba suprema de la democracia electoral. Si no puede abordar este peligro existencial ¿para que nos sirve?  Si la evidencia muestra que el votar no funciona, cuando votamos, la pregunta es, entonces... ¿quien se beneficia?  La respuesta la podemos encontrar  en la distribución de la renta nacional. El 1% ahora posee la mitad de la riqueza mundial (Credit Suisse Report). Votar esta bien lejos de ser un ejercicio popular en defensa del interés de la mayoría. En verdad, es la entrega de nuestro poder como miembros de la comunidad. Es la afirmación del sistema imperante. Es la falsa esperanza de que el próximo líder arreglara las cosas. Es la renuncia a decir “No”. El gobierno, o mejor aun, el orden económico, necesita la legitimación que proviene del voto del pueblo.  Decir “No” es una poderosa arma política  que como miembros de la sociedad  tenemos para deslegitimar el poder oligárquico... ¿qué pasaría con una abstención del 90%?  ¿qué legitimidad tendría un Gobierno con una participación electoral de solo el 10%?  Pero esto no ocurre.  Seguimos  participando en el rito electoral porque aun creemos que se puede encontrar contenido donde ya no existe. El problema es que ello nos desvía de la necesidad de explorar colectivamente  cómo gobernarnos y enfrentar el futuro. En la situación actual votar no es el ejercicio popular del poder político, sino la renuncia del poder que poseemos como miembros de una comunidad.   

Los sistemas despóticos pueden torturar y matar a quien quieran, invadir y derribar gobiernos y explotar a otros países sin tener que darle explicaciones a nadie. Es el ejercicio irrestricto del poder. El capitalismo global, en cambio, no puede darse este lujo. Necesita la simulación  de la democracia que el consumidor occidental desesperadamente reclama para encubrir la maquinaria criminal del imperio corporativo y la riqueza obscena de la elite internacional. El condicionamiento del ciudadano occidental a creer que vive en “el mundo libre” no le deja a la clase capitalista dirigente otra elección que mantener la ficción democrática. Sin ella ¿qué quedaría del imperio?  

Para quitarle el poder a la aristocracia feudal la burguesía le ofreció el concepto de democracia a la masa trabajadora. Desde entonces Libertad e Igualdad  ha sido la narrativa oficial del capitalismo hasta ahora. Por supuesto que la vida en el capitalismo es mas democrática que en el despotismo feudal.  No es que el capitalismo sea intrínsecamente  malo o perverso. Es, mas bien, una maquina cuya función primordial es la de eliminar cualquier valor despótico para reemplazarlo por uno solo...  el valor de cambio determinado por el mercado. Es esta maquina  la que cambio la tiranía del sacerdote y del rey por la tiranía del libre mercado que transforma todo en mercancía.  Pero, a pesar de este cambio,  el capitalismo no nos condujo a la democracia, al “gobierno del pueblo y por el pueblo”  y hoy ya ha alcanzado el limite de la libertad que  pueda ofrecer sin correr el riesgo de desequilibrar toda la estructura imperial. En el fondo la libertad que ofrece es la libertad de elegir  entre una variedad de opciones que no tienen mucho que ver con la democracia... libres para trabajar, para amar a quien queramos, comprar, endeudarnos, insultar al presidente, a los parlamentarios, incluso al Papa, algo inimaginable  en un Estado despótico. Pero, esto es lo mas lejos a lo que se puede llegar. Nunca la clase capitalista dirigente va a permitir gobernarnos a nosotros mismos de una manera significativa. Los salvajes reaccionarios que gobiernan el mundo no tienen ninguna consideración por el sufrimiento del otro.

Esta seudo libertad que encontramos dentro de este arreglo temporal ha distorsionado completamente el significado de lo que podría ser una autentica libertad  y, peor aun, ha debilitado la voluntad para actuar con propósitos orientados hacia  una verdadera igualdad humana. Si libertad  ha venido a significar la libertad del individuo para triunfar materialmente, lo que deja afuera a la mayoría de la gente, entonces tenemos que rechazar esa libertad y todo lo que viene asociado  a ella. La democracia electoral no es el fin de la historia.  No hay sistema político que haya sido eterno y este no es la excepción. El anhelo de las organizaciones populares siempre ha sido el de dejar atrás este orden de cosas para crear sociedades mas democráticas, económicamente igualitarias y sostenibles. Una utopía ciertamente, pero... ¿cómo podríamos mantener una política de la esperanza, una política de cambios y transformaciones sin utopías? El valor de una utopía radica justamente en la creación de proyectos, en la generación de nuevas esperanzas y en la formulación de fines que funcionen como factores subversivos de la realidad presente.

Hay bastante acuerdo entre la izquierda no domesticada de que no hay salida de la continua catástrofe  que ha ocasionado la hegemonía capitalista global fuera de la desobediencia masiva, la negación revolucionaria, la huelga general o la insurrección para deslegitimar la autoridad. Es dudoso, sin embargo, que esto pueda ocurrir  en el próximo futuro considerando que  casi todas las organizaciones obreras y de masas han sido debilitadas o destruidas por el neoliberalismo. El espontaneismo nunca ha funcionado muy bien en el pasado y si agregamos a esto el control mental que ejercen los medios de información, lo que viene  no es muy alentador.


Nieves y Miro Fuenzalida.

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