En
los últimos años del siglo pasado los partidos
nacionalistas, religiosos y sus lideres populistas, que son las dos caras de la
actual política de la identidad, empezaron a desplazar a la política de clases. El impulso
democrático y progresista que empezó en los 60s
ha entrado en un periodo de recesión global. Figuras autoritarias y
carismáticas que concentran el poder en
desmedro de las instituciones que lo limitan pareciera ser la orden del día... Erdogan
en Turquía, Viktor Orban en Hungría, Laroslaw Kaczynski en Polonia, Rodrigo
Duterte en Filipinas, Bolzonero en Brasil, entre otros, parecieran ser los
ejemplos típicos de la política actual.
La
política del siglo XX, en su mayor parte, fue organizada a lo largo del
espectro derecha-izquierda. La política progresista se centro alrededor de los
trabajadores, sus sindicatos y los partidos socialistas que buscaban mejores
protecciones sociales, redistribución económica y transformaciones
estructurales. La política de derecha, en contraste, estaba interesada en
mantener el statu quo, reducir el tamaño del gobierno y promover el sector
privado. En las postrimerías del siglo
XX este espectro empieza a dar paso a la política de la identidad... la
izquierda puso el énfasis en la promoción de los derechos de una variedad de grupos marginalizados y la derecha en la
protección de la identidad nacional conectada con la raza, la etnicidad o la
religión.
La
larga tradición que se remonta a Karl Marx ve la lucha de clases como reflejo
de conflictos económicos, esencialmente la lucha por la distribución de la
riqueza nacional que, en lo que va del siglo XXI, se ha agudizado debido al
aumento dramático de la desigualdad. La globalización ha dejado atrás a un
inmenso numero de la población mundial mientras el 1% recibe todos lo
beneficios. El orden liberal, al no satisfacer las necesidades de la
mayoría, ha empezado a tambalear.
La
teoría económica moderna esta basada en la presunción de que los seres humanos
son seres racionales que quieren maximizar su bienestar material y la política
es el instrumento de esta maximización que sobrepasa cualquier otro interés.
Este modelo económico ciertamente explica
un gran numero de conductas, pero no
todas. Los seres humanos también están
motivados por otras cosas que muy bien podrían ayudar a explicar mejor lo que pasa en el presente. Según Francis Fukuyama esta es la política del
resentimiento. En una gran cantidad de casos
el líder político moviliza a sus seguidores en torno a la percepción de
que la dignidad del grupo ha sido ofendida. Este resentimiento engendra
demandas por el reconocimiento publico de la dignidad del grupo que agita
emociones mucho mas profundas que las reivindicaciones económicas. Un grupo,
sea homosexuales, mujeres, minorías étnicas, religiosas o una nación, sea Rusia, China, Estados Unidos o
Inglaterra creen que a su identidad no se le ha dado suficiente reconocimiento
por el resto del mundo o por otros miembros de la misma sociedad.
Hegel decía que la lucha por el reconocimiento
y la dignidad del individuo es el ultimo conductor de la historia humana y la
política de la identidad frecuentemente ha jugado este papel en la lucha de los
marginados por la sociedad.
Por
la mayor parte de los últimos diez mil
años la vasta mayoría de los seres humanos vivieron en comunidades agrarias en
donde los roles sociales eran limitados y fijos, una jerarquía basada en la edad
o el sexo, ocupaciones limitadas y una religión y creencia compartida por
todos. En tales sociedades no existía el pluralismo, la diversidad o el derecho
de elección. Esto empieza a cambiar con el inicio del modernismo y la revolución industrial. La capacidad humana de elección moral
independientemente del ambiente material, según Kant, obliga a que los seres humanos
tengan que ser tratados, no como medios
para un fin, sino como fin en si mismos. La demanda por el reconocimiento y la dignidad
que se inicio en la revolución francesa
continua hasta nuestros días. Cada individuo y cada grupo que todavía
experimenta falta de respeto lucha por establecer
su propia dignidad. El problema es que esta hucha, al engendrar su propio dinamismo, divide la
sociedad en grupos victimizados cada vez
mas y mas pequeños.
Las democracias liberales modernas institucionalizaron los principios de
libertad e igualdad en sus constituciones que nunca han logrado implementar
estos ideales en la vida real. Los derechos son violados y la ley nunca se
aplica igualmente al rico y poderoso como al pobre y débil y la libertad e
igualdad siempre entran en conflicto... con frecuencia mayor libertad resulta
en el aumento de la desigualdad, en tanto que los esfuerzos para disminuirla
limitan la libertad.
La
generación izquierdista de los 60’s, tanto en Europa como en América, cambia la
atención de la lucha de clases a los derechos de los grupos marginalizados...
inmigrantes, indígenas, homosexuales, minorías étnicas, población penal, mujeres,
etc. La identidad, que antes era propiedad del
individuo, ahora pasa a ser la propiedad de grupos y el multiculturalismo es en
nombre que se le da a las sociedades compuestas por una diversidad de grupos
con diferentes experiencias. Originalmente el termino se uso para designar a
grupos culturales que, con el pasar del tiempo, empezaron a fragmentarse al experimentar diferentes
formas de discriminación que no pueden
entenderse solamente a través de la raza o el genero. La agenda de la izquierda, según Fukuyama,
gira entonces hacia la cultura. La revolución marxista, el anhelo de destruir
el orden político que explota a la clase trabajadora, se tira por la borda y es
reemplazada por la lucha en contra de la hegemonía de la cultura Occidental
cuyos valores suprimen a las minorías y fuente del colonialismo, patriarcalismo y la destrucción del ambiente
natural.
La
adopción de la política de la identidad ha tenido, en cierta medida, efectos
positivos para algunos grupos discriminados
que carecían de derechos
sociales. En este sentido ha sido una
respuesta natural y necesaria a la injusticia que ellos padecen. Se vuelve un problema, sin embargo, cuando se transforma
en un sustituto de la lucha en contra de la desigualdad y explotación económica
que el capitalismo engendra. Si el poder corporativo apoya la política de la
identidad es simplemente porque no pone
en peligro el sistema. Los grupos
marginalizados, después de todo, continúan igual que antes. Lo inquietante en el panorama contemporáneo es
que la política de la identidad se ha movido de la izquierda a la extrema
derecha. La izquierda tiende a legitimar
ciertas identidades y denigrar otras... eurocentrismo, religiosidad cristiana,
valores familiares tradicionales, cultura rural, etc. frente a lo cual la
población rural ha reaccionado
masivamente, no solo en EEUU sino también en Europa, transformándose en la base
de los movimientos populistas de extrema derecha. El lado mas pernicioso de estos
movimientos es el relacionado con el
racismo que ha resurgido con venganza frente al pánico de la inmigración. Lo irónico
en todo esto es que la ultra derecha ha adoptado el mismo lenguaje y armazón
ideológico de la política de la identidad de la izquierda... nuestra raza,
nuestro país o nuestra religión están siendo victimizadas.
La
diversidad, al igual que el pharmakon de Platón, tiene su lado obscuro. Puede
llevar, como lo vemos en Siria, Pakistán o Afganistán, al conflicto y la
violencia en lugar de la creatividad y flexibilidad. La diversidad étnica, si
recordamos, destruyo el imperio Austro-Húngaro y la región, fragmentada en pequeñas
identidades nacionales, cayo en un estado de violencia e intolerancia dogmática.
Es este etno-nacionalismo el que le dio mala fama a la identidad Nacional que
perseguía y agredía a la gente que no
era parte del grupo como trágicamente ocurrió en la Alemania nazi. Hoy
pareciera que estamos en vías de repetir la misma historia.
El
problema no es con la identidad nacional en si, sino con la forma étnica y religiosamente estrecha que luego
adopto. La identidad nacional puede
construirse alrededor de valores democráticos y experiencias comunes que
proveen el marco dentro del cual diversas comunidades pueden prosperar.
Los
mayores problemas que se le plantea hoy día a la identidad nacional son la
inmigración y la globalización. No es sorpresa que el numero espectacular de
inmigrantes y refugiados que llegan a las fronteras de los países mas o menos
estables haya
producido una fuerte reacción
desde el momento que el número de
inmigrantes y el correspondiente cambio cultural que se produce es, en algunos casos, sin
precedentes históricos. Para los globalistas,
por otro lado, el concepto de identidad nacional y soberanía estatal están fuera de moda y necesitan ser
reemplazados por instituciones y soberanías estatales mas amplias. La razón,
según argumentan, es bien simple... los
problemas que hoy enfrentamos son mundiales, como el cambio climático por
ejemplo, y necesitan ser abordados globalmente y las identidades nacionales son
obstáculos potenciales que necesitan
ser reemplazadas gradualmente por nuevas
leyes, reglas y organizaciones para logra
una efectiva cooperación internacional.
La
política de la identidad, según Fukuyama, se ha transformado en el lente a
través del cual la mayor parte de los problemas sociales son vistos. La cosa,
sin embargo, es que esta agenda, debido a la fragmentación
social que crea, pone en peligro la posibilidad de cualquier comunicación y
acción colectiva común que lleve a una transformación estructural. Por debajo
de la política de la identidad la política de clase todavía sigue vigente y sus
consecuencias la padecemos todos los días. Este sistema clasista se basa en la
imposición mercantil universal, en la subordinación de toda actividad a la ley
del valor y centrado, principalmente, en la compra y venta del tiempo humano. La
denuncia de la violencia masculina hacia la mujer, la preservación de los
bosques o la erradicación del racismo es
primariamente para el capitalismo una cuestión de calculo. Los individuos figuran solo como poder laboral y capacidad
consumidora y su medio ambiente natural
únicamente como materia prima. Es el capitalismo el que hoy tiene una capacidad
totalizante que abarca todo el planeta. No el patriarcalismo, no el racismo, no
la religión, a pesar de ser anteriores al capitalismo, han logrado integrar el
planeta en un sistema coordinado y totalmente interdependiente. Es solo el capitalismo el que ha logrado integrar
el trabajo femenino, el mercado étnico, los flujos migratorios y la totalidad
del mundo animal y vegetal dentro de un sistema que gira en torno al eje de la
ganancia. La política de la identidad no
presenta ningún peligro a este sistema
corporativo.
Nieves
y Miro Fuenzalida.
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