¿Por qué nos tomamos la molestia de
vivir? La pregunta pueda que tenga algún valor para los poetas, gurúes,
místicos, chamanes, teólogos y algunos filósofos, pero no para gente con
sentido práctico, ocupados en resolver lo que se puede resolver. La mayoría se
las arregla con articular alguna simple regla de oro como “vivir el momento”,
“la vida es una ruleta”, “cosecha lo que siembras”, “como se vive se muere”
¿Para que mas? ¿Y… sin embargo, por que, a pesar de este pragmatismo, la
pregunta porfiadamente permanece y, en los momentos menos inesperados, surge en
nuestra mente sabiendo que quizás no haya respuesta y que la falta de
respuesta sea parte de la vida?
Los filósofos dicen que los seres humanos
solo planteamos problemas que podemos resolver. Si poseemos el aparato
conceptual para plantear la pregunta, entonces tenemos también, a lo menos en
principio, los medios para determinar una respuesta. Las preguntas, en
realidad, nunca se plantean en el vacío. Siempre surgen en contextos históricos
que ofrecen un número limitado de direcciones en donde buscar una posible
solución.
Durante gran parte de la historia
humana la respuesta al sentido de la vida ha estado enmarcada por
textos sagrados que revelan los misterios de la vida y porque
Dios nos creo ¿Y que nos dicen ellos? Si nos referimos a la tradición que
sigue los textos bíblicos judeo cristianos, por ejemplo, lo que el
Génesis dice es que Dios creo al hombre en el sexto día para
dominar la Tierra y “crecer y multiplicarse” (Génesis 1:28) ¿Esto seria
todo? Si seguimos leyendo, nos enteramos luego de que Dios coloco al
hombre y la mujer en el Jardín del Edén para cuidarlo. Según la interpretación
contemporánea eso significaría que el ser humano es el guardián del planeta. Lo
que no se nos dice es ¿por que la naturaleza necesita un
cuidador y de que manera esto podría darle un significado ultimo a nuestras
vidas?
Con frecuencia el sacerdote dice que
estamos aquí para “cumplir la voluntad de Dios”. Si así
fuera nuestras vidas tendrían un propósito para el ser que nos creo, pero
no un propósito para nosotros. Pensemos… ¿Que es mejor, tener un papel
predeterminado en el universo o ser libres para crear nosotros mismos nuestro
papel en el? Una mejor respuesta la encontramos en la palabra de Cristo, aunque
no muy alumbradora… “He venido para que ellos puedan tener vida y puedan
tenerla plenamente” (Evangelio, Juan 10:10) ¿Quien no estaría de acuerdo
con esto? Para saberlo no necesitamos a Dios. Si esta es la única vida que tenemos,
dicen los ateístas, obviamente debemos vivirla al máximo ¿Quién diría lo
contrario?
Una vida vivida plenamente, según los
creyentes, es la que sigue las enseñanzas de los textos sagrados ¿Cual de
ellas? ¿Todas o solo algunas? “Cuando un hombre injuria a su padre y a su
madre debe ser condenado a muerte” (Leviticus 20:9) A excepción de algunos
fundamentalistas, la mayoría de los creyentes no va a seguir esta norma.
Solo siguen las enseñanzas del texto sagrado si ellas promueven una mejor vida
para todos. Las enseñanzas demasiado inconfortables simplemente se ignoran. El
problema con esta aproximación, para decir lo menos, es que cuando elegimos los
textos sagrados de acuerdo a nuestras propias normas estos dejan de tener
autoridad. Los creyentes mas críticos están de acuerdo en que vivir una vida
plena o una vida en servicio de Dios no es un propósito suficiente
o adecuado para darle sentido a nuestras vidas. Para ellos la vida tiene
que tener otro sentido y la existencia de Dios lo prueba, de lo contrario no
nos hubiera creado. Solo que no sabemos cual es. Es la fe la que nos llama
a confiar en Dios y sus propósitos. Solo El sabe para que nos creo. Es
decir, los creyentes no tienen mejor idea de cual es el sentido último de
la vida que los ateos.
La mayor parte de la humanidad todavía
sostiene la creencia de que si la vida tiene algún significado o
propósito es solo porque hay un Creador. Sin el, sostienen, nada tendría
sentido. No habría propósito, valor o fin. Todo seria solo un accidente insignificante.
Y este es, justamente, el camino que un grupo de filósofos, partiendo con
Nietzsche, adoptaron. Removieron el mundo súper natural y el ambito teórico que
ellos liberaron no ha sido tan sombrío como se había anunciado. O, a lo
menos, no peor que el anterior. Obviamente el descubrimiento de que no hay
Dios, de que no hay fuera de nosotros una fuente donde el propósito de la
existencia y la moralidad residen, creó, por supuesto, una crisis de
significado en la vida humana. Según Sartre esta crisis se debió a la creencia
teológica de que tenemos una especie de naturaleza esencial que determina
lo que somos. Cuando reconocemos que la esencia o naturaleza humana es una
construcción histórica concluimos que sin ellas el único camino que queda
es el nihilismo ¿Cierto? No necesariamente. Muy bien puede ocurrir que la
fuente del significado se encuentre en otra parte. De que haya
significado, pero no uno predeterminado desde fuera. Y de que el propósito de
nuestra vida sea nuestra responsabilidad, cosa que no nos gusta mucho
porque preferiríamos pasarle el bulto al destino, las circunstancias o al gran
diseño.
Si poseemos el poder de determinar el
propósito de nuestras vidas podemos decir con cierto optimismo que
poseemos un mayor potencial para vivir plenamente comparado con un
artefacto cuya esencia esta predeterminada por su creador. Este poder es
lo que distingue a un “ser para si” de un “ser en si”. El ser para
si puede tomar control de su existencia y usar su pensamiento conciente para
dirigirla, en tanto que el ser en si puede ser solo lo que es ¿Hay alguna razón
para pensar que un propósito divino o natural seria superior a uno elegido por
la propia persona?
La descripción naturalista del Universo
llega a una conclusión similar. El Universo no es el resultado de un diseño
inteligente, sino de fuerzas naturales que no proporcionan ninguna respuesta de
porque estamos aquí o de cual seria el significado de todo esto. Diez billones
de años después del “Big Bang” se forman el sol y, luego, aparece la
primera forma de vida unicelular seguida por la aparición de plantas y
animales, entre ellos, 600 000 años atrás, el Homo Sapiens. La historia
es corroborada por la evidencia de ciencias tan dispares como la
cosmología, la física teorética, la astronomía, la biología y la
bioquímica. Puede que haya un propósito en esta historia, pero nada de lo
que sabemos lo sugiere y mucho menos de que el ser humano tenga alguna
relevancia en ella. Si consideramos que la selección natural tiene lugar al
nivel del gene, más bien que al nivel del organismo o la especie,
significa que el individuo, incluyendo el ser humano, es una “maquina de
supervivencia” construida de acuerdo a instrucciones codificadas en el ADN
para asegurar la sobre vivencia del gene y no la del organismo. Desde la
perspectiva de la biología la vida de un individuo no es de importancia
primaria. Lo que importa es que los genes que transportan los seres vivos,
incluyendo los humanos, se transmitan y sobrevivan. Esto no significa que
los genes posean un propósito en el sentido de que ellos tengan algo así
como un fin. Ellos simplemente sobreviven si tienen efectos positivos en
el organismo y el ambiente. Y esta sobre vivencia, que pudiera dar
la ilusión de que ha sido diseñada o dada de antemano, es producto de
la evolución orgánica. La conclusión de esta historia no es muy
reconfortante. Estamos aquí para que nuestros genes se repliquen
y la vida humana, igual que toda otra vida, no tiene
propósito o fin heredado desde arriba. Así, lo único que nos queda,
después de todo, es vivir sin finalidad o inventar una.
¿De donde venimos? ¿Adonde vamos? La
vida, decía Kierkegaard, solo puede ser entendida desde su origen, pero debe
ser vivida mirando el futuro. El conocimiento del origen no revela el significado
de nuestra existencia porque no hay razón de porque el pasado tenga que
informarnos acerca del futuro. Pensar lo contrario seria caer en la “falacia
genética”. Si la historia natural muestra que la vida no tiene un propósito
dado no significa que no pueda tenerlo ¿Nos basta, por ejemplo, con comer,
beber, ganar dinero, comprar cosas, ver la televisión, tener orgasmos,
reproducirnos y dormir? Tal vez, especialmente los que nada
tienen ¿Pero, no es el caso que en algún momento también sentimos, como individuos,
el deseo de que podríamos vivir más allá de esto, de que nuestras
acciones podrían estar orientadas hacia un fin mas alto? ¿De que el
propósito de nuestra vida estaría en lograr un gol futuro? Las
circunstancias nos colocan, a veces, en una encrucijada que nos obliga a tomar
una decisión, a elegir un fin, a crear un proyecto. Es la consecución de estas
metas la que, se dice, llena nuestras vidas y le da sentido. No sin razón este
es un tema constante de la literatura, el cine y la cultura popular.
La paradoja de todo esto es que
si logramos el fin, si alcanzamos la meta de nuestros sueños, si cumplimos
nuestra misión ¿que pasa después? Cuando luego de una vida logramos
cumplir nuestra ambición solemos decir “Ahora puedo morir en paz”. Pero,
como no nos morimos, a lo menos por ahora ¿Qué hacemos mientras tanto?
¿Inventar otro gol? ¿Crear una meta inalcanzable, como en el Mito de
Sísifo? Si así lo hacemos, diría Kierkegaard, estaríamos evitando
confrontar la falla fundamental de ligar el sentido de la vida al logro de
un gol. Para algunos como nosotros que vivimos bastante felices sin una meta,
sin atar la vida a un gol o propósito último, sin creer en un sentido
trascendente, la vida se nos aparece, mas bien, como una cuestión de estilo,
como un estado de cosas deseables que nos gusta mantener y promover.
Descubrir que somos los autores de nuestra
historia al inventar el sentido de la vida y usar nuestra capacidad para
crear nuestros propios propósitos nos da una tremenda sensación de libertad,
poder y responsabilidad. El problema es que esta capacidad no esta libre
de riesgos. Si hay alguna duda solo miremos el pasado. Lo que allí vemos
no es muy brillante. No por casualidad la llamamos la etapa de la
barbarie. Y si damos vuelta la mirada hacia el futuro empezamos
a tener la sospecha de que este, gracias a nuestro inmenso poder letal, se
torna cada vez más sombrío. Y no tendría porque ser así.
Nieves y Miro Fuenzalida.
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