Monday, June 6, 2016

El yo cartesiano


En el Psicoanálisis  tal como se da en Freud y Jung y en la Teología Existencial de San Agustín, Pascal y Kierkegard, el ego es visto como producto de un acto de alineación, represión, disociación o pecado  que lo desconecta de su fuente original. Para el Psicoanálisis, esta fuente  es el inconsciente dinámico, sistema psíquico invisible. Para la Teología Existencial, es el “deus absconditus”, el Dios ausente. De acuerdo con ambas interpretaciones, el ego se ha disociado a si mismo de una realidad superior  o, a lo menos, mas fundamental  que lleva a  una existencia caracterizada por el descontento, la ansiedad, el vacío, el desarraigamiento y la desesperanza.

Metafísicamente la cuestión del ego mental se refiere a su estatus ontológico o, lo que es lo mismo, de que manera podemos decir que existe, si es que existe. Desde el momento en que ha reprimido la fuente de su origen es comprensible que nos  sintamos inclinados a verlo  como un ente existencialmente independiente y de  naturaleza incorporea. Una sustancia puramente mental.  Es  esta concepción del  yo la que ha sido dominante en la tradición filosófica mundial. En el Este podemos reconocerla en la formulación dada por las dos escuelas mayores de la Filosofía hindú. Samkhya dice que este es "purusha", una monada conciente. Para el Vedanta, es "atman", conciencia autosuficiente. Y en el Oeste se puede  asociar con los nombres de Platón y Descartes, cuyas influencias han sido determinantes hasta nuestros días.

Pero, junto a esta concepción, también ha habido una visión minoritaria que siempre la ha desafiado. En el Este se encuentra  en el Budismo y en el Oeste se puede ver en Hume, W. James y Nietzsche, adquiriendo en el siglo XX una mayor preponderancia con el desarrollo del estructuralismo. Para estos, la independencia y auto-suficiencia del yo mental no es más que una ilusión y engaño ya que dentro del espacio mental no hay ninguna sustancia incorpórea.

Característico del dualismo cartesiano (cuerpo-mente), términos en los cuales el yo mental tiende a concebirse, es el de considerarlo como una entidad de naturaleza opuesta y de existencia distinta al cuerpo y a sus energías, impulsos y sentimientos. Es una conciencia desencarnada a la cual le ocurre, por mera contingencia, co-existir con la vida físico-dinámica. Es cierto que reconoce una cercana conexión con el cuerpo humano, pero no cree que este sea esencial para el ser  del yo mental. Es un instrumento útil y,  en realidad, necesario para interactuar con el mundo, pero que, en principio, es dispensable. El ego cartesiano asociado con la cabeza se ubica arriba del cuerpo y desde esa posición lo controla asumiendo la ilusión de la incorporeidad y auto-independencia, vale decir,  adoptando el papel de "res cogitans".

El origen de esta actitud, vista desde un punto de vista psico-dinámico, dice M. Washburn, uno de los principales teoricos de  la psicología transpersonal (“The ego and the dinamic ground”), radica en la dinámica evolutiva del cuerpo y el ego. Este ultimo trata de diferenciarse a si mismo de su origen físico-dinámico y  de disociarse de este. El yo, al transformarse en un puro  yo mental, huye del plano físico-dinámico porque lo percibe como un foco de peligro y  fuerzas incontrolables. Teme que su existencia misma sea amenazada por ellas y trata de poner la máxima distancia posible. Se desconecta de la vida corporal y empieza a considerar al cuerpo como no-yo, como algo externo y ajeno. Este es el acto de represión original que obliga al yo a movilizar todas sus defensas  corporales. Capas y capas de resistencias son creadas con el fin de controlar la libre circulación de la energía corporal  que llega al cerebro. La "armadura corporal", de la cual W. Reich  habla, es parte de esta resistencia, armadura que con el tiempo se osifica fijando al cuerpo en una postura de permanente defensa.

El ego cartesiano es más que una mera actitud o perspectiva teorética. Al desensitizar, desvitalizar y constreñir al cuerpo, privándolo parcialmente de su  fuerza vital, el ego lo reduce a un mero nivel material  permitiendo así elevarse a si mismo a un nivel  inmaterial. Al considerarse una entidad incorpórea se coloca por encima de las pasiones y de la existencia física y el único portador de la conciencia  y la si mismidad. Esta disociación corporal del ego mental tiene alguna ventaja desde el punto de vista evolutivo. El liberarse de las influencias perturbadoras del no-ego le permite adquirir dominio de si mismo y del ambiente. Es una transacción a través de la cual adquiere sobriedad y auto-posesión a costa de la pasión y el poder energético. En términos cartesianos, se eleva a si mi mismo al estatus de "res cogitans" reduciendo al cuerpo al estatus de mera "res extensa".

El problema, dice Washburn, es que detrás de esta pretensión cartesiana, el yo mental oculta el miedo a no ser algo real. Al cortar su conexión con el cuerpo pierde existencia tangible, deja de ser un objeto palpable en el mundo transformándose a si mismo en una mera presencia fantasmagórica dentro del espacio interior.  Más aun, su desconexión con el nivel físico dinámico lo priva de fuerza vital. Es por ello que el yo mental siempre se ve amenazado por la sensación de no ser, de deficiencia sustancial y espiritual. Al comienzo esta vulnerabilidad no es problema, pero con el tiempo se hace inquietantemente evidente. Este no es el miedo de carecer absolutamente  de existencia. Este sabe que existe -"cogito ergo sum"-pero no sabe de qué manera existe. El no es el espacio mental en si mismo, ni los contenidos que encuentra en el.  El yo mental, de alguna manera, existe dentro de este espacio, pero no puede ser identificado con sus contenidos, sean estos sensaciones, imágenes, sentimientos o pensamientos. Estos son "cosas" que el yo experimenta. Pero, el yo no es estas "cosas". En otras palabras, el yo mental existe como una conciencia descarnada,  presencia inubicable, dentro del espacio mental. En términos sartrianos, es "nada".

Es de esta nada, del vacío mortal de su subjetividad de lo que este yo necesita escapar para evitar la experiencia de su propia nulidad. Es esta experiencia la que lo fuerza a ir fuera de si mismo para encontrar aquello de que carece en su interior. Esta es la  razón de la extraversión infatigable, la construcción de una identidad y facticidad y el compromiso en un dialogo compulsivo interno, en un constante ruido subjetivo que nos es imposible parar.

La extraversión es un aspecto natural y beneficioso de la vida conciente. Los seres humano, junto con otros animales, tienen interés en el medio ambiente exterior por necesidad, curiosidad, sobre-vivencia y juego.  En el caso humano,"qua mental ego", esta atención exterior adquiere una nueva dimensión. Deja de ser simplemente una expresión espontánea o una necesidad practica para convertirse en una compulsión. Necesita comprometerse en proyecto tras proyecto con el fin de encontrar distracción y excitación.  Requiere dirigirse fuera de si mismo, porque experimenta inquietud o miedo con lo que encuentra dentro de si. La extraversión del ego mental se ejerce, no solo por curiosidad o necesidad, sino, por miedo a la nada. Filosóficamente esta extraversión o intencionalidad se ha considerado característica de la conciencia (Brentano, Husserl, Sartre). Como fugitivo de la nada el ego mental siempre esta en busca de algo nuevo, ya que la novedad genera excitación, sustituto del dinamismo vital.

La segunda forma de tratar con el miedo a la nada, dice Washburn, es el intento de fabricarse algo así como una sustancia -concepto de si mismo- con la que pueda identificarse y considerarla su ser. Este es el objetivo básico y el proyecto fundamental del yo mental que le proporciona solidez. Solo que  esta no es una genuina identidad. Es un producto del pensamiento más que una existencia independiente que pueda ser dada a este como "sustancia" construida. No es algo que pueda ser aprehendido directamente a través de la introspección. Más bien, indirectamente inferimos que en cada pensamiento y acción encontramos un actor o pensador  de ellas y que es esta identidad la "cosa" -poseedora de atributos- desde la cual los  pensamientos y las conductas se originan. El yo  es  un continuo proyecto y no una realidad que encontramos en el fondo de nuestro ser.

La tercera forma de escape es el constante dialogo interno. Este llena el vació interior y le asegura existencia, junto con constituir la actividad que le permite extraer las inferencias con las que el yo se auto-construye. Este dialogo interno, al igual que la extraversión, es compulsivo. Cada vez que la mente se calla, el ego mental experimenta ansiedad, ya que su existencia se hace indetectable. Desde el momento que no puede captarse a si mismo por medio de la introspección, requiere escucharse continuamente. Su existencia se asegura mientras continúe hablando internamente. Cuando la conciencia se silencia es cuando el yo es atacado por el miedo a la "nada". Cualquiera que haya tratado la meditación budista sabe cuan difícil es silenciar la mente.

El ego mental es un fenómeno multifacético. Un continuo proyecto y no una realidad que encontramos en el fondo de nuestro ser. “Cosa pensante”, desdeñoso de la vida físico-dinámica, ontológicamente inseguro y temeroso de su propia irrealidad. Infatigable, extrovertido y ansioso por establecer su propia identidad y valor. Sujeto cognoscente responsable por verificar lo real de acuerdo a los cánones de los  procesos secundarios o de las operaciones formales del pensamiento que  es esencial para una vida efectiva. Pero,  también es responsable de nuestra represión original, raíz de nuestra ansiedad que nos  revela nuestra mismidad como ilusión, lanzándonos en el proyecto imposible de ser "ens causa sui". El yo mental lucha en vano por huir de lo que es, para transformarse en lo que  no puede ser.


Nieves y Miro  Fuenzalida

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