"...En
ese momento la dama abrió sus ojos y la primera cosa que cogió su atención fue
la tremenda maquina preparada para penetrarla. Una vigorosa batalla se inicia,
el resultado de la
cual nunca estuvo en duda. Al momento en que ella encorva su
cintura tratando de evitar el ataque, Brandon dio un poderoso empuje hacia
adelante y como la cabeza de su instrumento estaba ya dentro de sus labios, la
doble fuerza envió dos tercios de su inmensa columna dentro de su vulva. Ella
supo entonces que él había ganado el juego y como buena mujer estallo en un
tormento de lágrimas. Una vez completada la violación, Brandon
se excusa, culpando su conducta en la extraordinaria belleza que
ella poseía. La dama al escuchar esto, se siente halagada y lo disculpa,
reconociendo que ella también había gozado de la experiencia." ("Raped
on the railway", citado por Peter Webb en “Victorian Erotica")
De todos los discursos, el pornográfico es el más obvio en la manipulación
de los deseos y la construcción de la
conducta social del hombre y la mujer.
La
interpretación estándar del machismo social ha girado en torno a la idea de que, a nivel
sexual, ser "femenina" o ser
'masculino" depende de que se hace y a quien se le hace. En las determinaciones
del código pornográfico lo que constantemente se ve es que la construcción
masculina requiere dominación y habilidad agresiva para penetrar. La construcción
"femenina", en cambio, requiere sumisión y disponibilidad de sitios para la penetración.
La estructura representativa pornográfica, por tanto, se centra en la objetivación
sistemática de la mujer en interés de la subjetividad del hombre. El es un sujeto puro que no entra en un
compromiso de intercambio o comunicación con la persona objetivada que, por definición,
no puede tomar el papel de sujeto.
Pero,
tambien hay otra manera de verlo. Si nos
centramos en los motivos claves del aparato pornográfico, dice el sicologo lacaniano Mark Bracher,
veremos algo distinto. Sus efectos no derivan tanto de como representa ciertas acciones, de quien hace algo a quien,
sino de como representa el deseo del otro. Lo que este discurso le ofrece al hombre no es simplemente
la mujer como objeto, sino, más bien, una gama multifacética de deseos en la que el deseo del otro, en sus varias
formas, es clave y tanto el hombre como
la mujer figuran como objeto o sujeto. Mas aun, es la mujer la que
invariablemente se representa como deseando ser el objeto del deseo masculino.
De acuerdo con Lacan, deseo es siempre el deseo del otro (deseo que el otro me desee)
Y es esta representación del deseo del otro, de la mujer en este caso, el
factor crucial en la excitación y goce sexual pornográfico de la audiencia
masculina. En este sentido, es el deseo
de la mujer el objeto real del deseo heterosexual masculino.
La relevancia
de la representación del deseo del otro podemos discernirla claramente en la
tendencia masculina a fantasear cuando esta representacion falla. Algunas de
las instancias más patéticas de esta fantasía la encontramos en algunos clichés
sociales. El violador se disculpa respondiendo “ella lo andaba buscando”. A la
mujer que rechaza en vano los avances sexuales del hombre, este responde… “tu
sabes que en el fondo realmente lo quieres”. El “no”siempre significa “si”
para el narcisista. En la fantasía del “hombre macho” existe la idea de que si una lesbiana tuviera
sexo con un “hombre de verdad” esta se transformaría
en una mujer “normal”. Lo triste y discriminatorio en esta representación es que la mujer siempre se construye como
deseando lo que se le hace... Toda mujer desea la penetración, la fuerza
sexual, la violación, la transgresión y el miedo y peligro que acompaña a la anarquía romántica
del deseo sexual, según el aparato pornográfico, y es el único secreto acerca
de la mujer que vale la pena exponer. Toda cuestión relacionada con la
voluntad, el deseo o consentimiento que pudiera existir es irrelevante
frente a la naturaleza biológica del orgasmo construido como “voluntad del
sexo”. La representación del deseo de la mujer como deseo del hombre es una característica
central en este aparato. El escenario típico de la película pornográfica
de corto metraje, por ejemplo, es el de la mujer que inicia el sexo o es
persuadida fácilmente porque “es lo que ella realmente quiere”. La toma fotográfica
mas preciada es la captura y confesión involuntaria de placer por parte de la
mujer y donde mas notoria y obviamente se da esto es en la pornografía
victoriana en donde el deseo de la mujer es expresado por ella a través del
disfrute subsecuente de haber sido violada.
Las imágenes,
sean pictóricas o verbales juegan un papel central en la excitación del deseo y, últimamente, son ellas las que lo gobiernan. En el sujeto masculino esto es posible apreciarlo en
un doble sentido. Por un lado, revelan
el deseo narcisista pasivo del sujeto masculino. Dentro del marco pornográfico este
deseo, implícitamente, esta expresado y aprobado por la autoridad de escritores, periodistas, cinematógrafos y fotógrafos.
Y, por otro lado, este deseo de ser aprobado se traduce en un deseo narcisista activo, el
deseo de identificarse e incorporar aquello que es valorado por los otros y que
portan su reconocimiento… ser fuerte, viril, autoritario. Esta operación es central en el complejo pornográfico
que ofrece numerosos ejemplos con los
cuales la audiencia puede identificarse y numerosos objetos para cada
deseo. Es el ofrecimiento de cuerpos
femeninos y deseos masculinos lo que le permite al aparato porno ejercer una influencia poderosa en la producción de subjetividades.
Los efectos
de esta influencia la podemos encontrar en
la audiencia porno y, también, en la sociedad en general. La intensificación del deseo y la representación
que proyecta le permite al hombre experimentar su propio deseo y el deseo del
otro sexo como fuerzas naturales complementarias que existen en una armonía
pre-establecida que transciende la artificialidad y contingencia del orden
cultural. Toda mujer, se le asegura al hombre, en el fondo desea lo que se le hace, en la
misma forma en que el hombre desea aquello que se les hace a ellas. Al
garantizar la convicción masculina de que tal encaje es el orden natural de las
cosas, la industria porno, en todas sus dimensiones, produce una subjetividad
masculina que busca y demanda en la mujer aquel deseo que es la imagen del suyo
propio. El costo social de tal ilusión es la frustración y el resentimiento en
el hombre y la alienación y sufrimiento
en la mujer. Si el deseo de ella no conforma con los deseo falicos del
hombre es frecuentemente abusada física, psicológica o socialmente por el
hombre que demanda que el deseo de la mujer sea complementario del deseo falico
masculino.
Parafraseando a la serie televisiva "X
File", cuya consigna era… “The truth is out there”… podríamos decir…“la
subjetividad esta allí afuera”. Es decir, la producción, fabricación o constitución
de lo que llamamos “femenino” y “masculino” es el resultado de las relaciones de poder inherente en toda relacion
social.
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