En la “La interpretación de los sueños” Freud dice algo bien curioso… “si no puedes cambiar las reglas explicitas, trata de cambiar las obscenas
reglas implícitas que las sostienen”.
Si miramos la Ley con algún detenimiento no nos demoraremos mucho en notar que ella
tiene su origen en la fuerza. En el corazón mismo de la legalidad yace la contradicción entre la Ley que intenta
mantener la paz y su origen violento. Si
pensamos, por ejemplo, en la destrucción revolucionaria de un régimen para
comenzar otro o en la violencia del agresor que dice traer la libertad para el pueblo
oprimido, como en Afganistán, la Ley se aparece como intrínsicamente
dividida entre lo irracional y lo potencialmente racional.
Todo discurso
siempre esta ligado íntimamente al poder,
sea porque esta constituido por el,
porque perpetua las relaciones institucionales o porque determina lo que
es verdad
y lo que es normal al
excluir otras perspectivas. El discurso de la guerra en contra del
terrorismo es un ejemplo obvio de esto al funcionar
doblemente como herramienta
ideológica del Estado para legitimar
medidas que antes del año 2001 hubieran sido imposibles y para justificar las prácticas de dominación y agresión militar
Si miramos un poco la historia la palabra terrorismo hace su aparición en la etapa pos revolucionaria de la Republica Francesa. Los ideales más preciados de la Republica, considerados hoy como la fuente de la ley y la democracia occidental, no se establecieron a través de una consulta popular o por el compromiso entre las diferentes partes en disputa. Por el contrario, fueron resultado de la acción indiscriminada de la violencia. Lo cierto es que la asociación de la virtud revolucionaria con una voluntad despiadada no es solo una vicisitud histórica sino una alianza que revela la verdadera naturaleza de los discursos políticos al desenmascarar la violencia implícita existente a la base de cada ley, no importa cuan democrática sea. El terror revolucionario que obsesivamente se desencadena para encontrar mas y mas enemigos, mas y mas complots, mas y mas traiciones tiene como fin justificar las limitaciones de la Revolución y negar la indeterminación y contingencia que se encuentra a la base de la Revolución y que constantemente la amenaza.
¿No es esta misma indeterminación la que encontramos en la dialéctica moderna del terrorismo y contra terrorismo?
El deseo de
encontrar continuamente nuevos enemigos internos o externos es más que una característica
de la nueva ideología de la
guerra en contra del terrorismo de los últimos gobiernos del eje euro
americano. Es algo que siempre ha estado operando en la violencia política y siempre ha estado a la base de la ley y la autoridad. Las paradojas de la ley surgen
de la complicidad oculta que tiene con
la violencia. Su búsqueda por eliminar la violencia siempre involucra una
violencia propia. La violencia reafirma la ley y la ley reafirma la violencia.
El terrorismo actual pone al descubierto la fundación violenta de la autoridad.
Si caracterizamos hoy día de
ilegales las acciones de los terroristas, o de cualquier insurgencia política, entonces
tendríamos que preguntarnos por la
validez de la distinción entre violencia
legal y violencia ilegal. La base de esta distinción la encontramos en el intento del Estado para imponer el monopolio de la violencia al restringir a los otros de su
ejercicio. Lo que es amenazante para el Estado no es la legalidad o ilegalidad
de las intenciones de la gente sino, las
intenciones perseguidas con la violencia. Es decir, la
mera existencia de la violencia fuera de la Ley es lo que constituye una amenaza. La institución policial moderna y sus aparatos
represivos, por ejemplo, usan la violencia
para preservar las leyes existentes. Pero, con frecuencia, su violencia va más allá de la mera
preservación de la Ley. Generalmente interviene, por “razones de seguridad”, de
manera arbitraria y fuera de los
parámetros legales. Es una suerte de suspensión de la autoridad que preserva la Ley y, al mismo tiempo, la
transgrede a través de la violencia y la arbitrariedad con que se ejerce. Uno
podría decir que la Ley es suplementada por una obscura zona de violencia ilícita que le proporciona su base y, al mismo tiempo, excede sus límites. La violencia
estatal no es excepcional sino, esencial a su existencia. La acción de las
fuerzas especiales de seguridad modernas es la expresión material de ello.
En las sociedades
contemporáneas, a diferencia de las sociedades
pre modernas, el poder del soberano para
quitar o perdonar la vida, como dice Foucault, ha sido reemplazado por el poder que opera al nivel de la población con
el fin de asegurar la vida. Su intención es la preservación y no el sacrificio
del individuo. Es un registro político que reemplaza el derecho del antiguo
soberano de quitar la vida por el principio de preservación y protección de la
vida. El poder político moderno funciona a través de la exclusión del
espectáculo del sacrificio violento de la vida. Ya no vamos el día
Domingo a la plaza pública para ver a quien ahorcan. Pero, no nos hagamos
muchas ilusiones con esta exclusión. Como el siglo XX ha mostrado, esta tecnología moderna del
poder no es menos sangrienta que la otra al producir genocidios y holocaustos de una perversión
sin precedente en el nombre de la protección de la salud y pureza de la
población.
La organización
del poder alrededor de la seguridad y
preservación de las condiciones de la vida es un hecho de la vida política que
se manifiesta hoy día en la obsesión con
los complots terroristas, el nuevo enemigo invisible y preocupación primaria
del poder político. La seguridad
nacional y la protección en contra del terrorismo son las características centrales de cualquier programa político en los países
capitalistas desarrollados. Los daños colaterales
de esta nueva responsabilidad que el Estado ha adoptado es la sistemática y
odiosa destrucción de vidas y
comunidades en operaciones militares sin sentido que idióticamente se inician en nombre
de la preservación de la vida lo que hace evidente que el discurso guerrerista de la coalición euro norteamericana tiene como ultimo propósito el control interno basado en una violencia que encuentra su camino en los códigos, las
normas y tecnologías de regulación y
vigilancia. El espectáculo sacrificial da paso a la sociedad de control.
El asombro y
fascinación que provoca el exceso espectacular de violencia de los ataques
terroristas puede encontrarse en el hecho de que vivimos en sociedades donde el sacrificio público de la vida no
tiene lugar. Que alguien sea capaz de
sacrificar su propia vida y las vidas de otros es chocante para quienes estamos
acostumbrados a los principios de preservación de la vida y la metódica administración del poder. El
despliegue destructivo que los terroristas despliegan se nos aparece como un anacronismo
ajeno, como los remanentes del viejo
orden de la realeza que ofrecía la
muerte como una exhibición para las
masas. El simbolismo de la sangre y la espada, el poder absoluto de la muerte
sobre la vida que creíamos ya había desaparecido… ¿No son los ataques
terroristas una nueva forma del espectáculo sacrificial que parecía imposible en nuestros tiempos? ¿Un espectáculo
producido para un público televisivo con
el fin de obtener el máximo impacto visual? La diferencia con la violencia
teatral que caracterizo al poder soberano es que hoy la violencia terrorista se
transforma en la violencia del puro espectáculo.
El teórico francés Bataille decía que la violencia, exceso, delirium y locura
caracterizan lo heterogéneo. El ataque terroristas a New York podríamos verlo entonces como la intrusión
violenta de las fuerzas excluidas
del orden homogéneo de la sociedad capitalista globalizada. El orden es
interrumpido por el radicalismo islámico, una particularidad irreducible dentro del Nuevo Orden.
¿Cómo podemos entender esto? Para las
sociedades pre modernas la religión funcionaba a través del poder afectivo de
lo sagrado, de la misteriosa y velada autoridad divina que contenía una
amenazante dimensión de heterogeneidad. Hoy día, este poder
sagrado, concebido de esta manera, es impensable, incluso para los que
rutinariamente van a la Iglesia. Por eso el martirio y auto sacrificio de los
terroristas se nos hace tan difícil de entender. Quienes deciden morir por una
causa, usar sus cuerpos como bombas con
la absoluta convicción de que esa es la
voluntad de Dios lo hacen con un fervor religioso, un cierto goce espiritual que para sociedades seculares y tecnocraticas
es inimaginable. Según Newman la unión de martirio y suicidio es lo que le da
la fuerza simbólica a estos ataques ¿No es esta forma de violencia la operación del poder de lo sagrado más allá de objetivos políticos
e ideológicos? Su fin, dice, no es transformar el mundo sino, radicalizarlo a través
del sacrificio. La lucha revolucionaria da paso a una lucha espiritual heterogénea
en donde el martirio y la muerte se buscan por su propio fin. Una violencia nihilista
que carece de objetivos estratégicos o sentido político concreto. La violencia
por si misma, sin fin. Ultra violencia. El espectáculo como medio y fin. La suspensión de ambas categorías. Es un
nihilismo en cuyo centro no hay nada fuera del vacío. El terror de la pura
forma. Violencia excesiva, heterogénea y espectacular. El sacrifico de la vida
y el simbolismo de la muerte tal como lo acabamos de presenciar en Boston.
La conclusión que
debemos sacar en contra de la filosofía política estándar que distingue una
violencia estatal legitima y una no
estatal ilegitima (terrorista, subversiva) es que ambas violencias se
contaminan mutuamente. La historia de las sociedades nos muestra que las
estructuras legales que ellas contienen se basan en una forma de violencia que
sobrepasa los límites de la Ley. El terrorismo y la respuesta del Estado que
este provoca tienen el efecto de exponer
en toda su desnudez la violencia
no reconocida en los cimientos mismos de las instituciones políticas y legales
existentes. La violencia terrorista y la violencia del Estado son ejemplos del
exceso heterogéneo que excede la lógica de la sociedad homogénea, ordenada y
administrativa.
Nieves y Miro Fuenzalida.
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