Monday, February 16, 2015

El terror que es el Estado



En la  “La interpretación de los sueños”  Freud  dice algo bien curioso…  “si no puedes cambiar las reglas  explicitas, trata de cambiar las obscenas reglas implícitas que las sostienen”.

Si  miramos la Ley  con algún detenimiento  no nos demoraremos mucho en notar que ella tiene su origen en la fuerza. En el corazón mismo de la  legalidad yace  la  contradicción entre la Ley que intenta mantener la paz y su origen violento.  Si pensamos, por ejemplo, en la destrucción revolucionaria de un régimen para comenzar otro o en la violencia del agresor  que dice traer la libertad para el pueblo oprimido, como en  Afganistán,  la Ley se aparece como intrínsicamente dividida entre lo  irracional y lo  potencialmente racional. 
Todo discurso siempre esta ligado íntimamente al poder,  sea porque esta constituido por el,  porque perpetua las relaciones institucionales o porque determina lo que es   verdad  y  lo que es normal al excluir  otras perspectivas.  El discurso de la guerra en contra del terrorismo es un ejemplo  obvio de esto  al funcionar  doblemente como  herramienta ideológica del Estado  para legitimar medidas que antes del año 2001 hubieran sido imposibles  y para justificar  las prácticas de dominación y agresión militar
Si miramos un poco la historia  la palabra  terrorismo hace su aparición en la etapa pos revolucionaria de la Republica Francesa. Los ideales más preciados de la Republica, considerados hoy como la fuente de la ley y la democracia occidental,  no se establecieron a través de una consulta popular o por el compromiso entre las diferentes partes en disputa. Por el  contrario, fueron resultado de  la acción indiscriminada de la violencia. Lo cierto es que la asociación    de la  virtud revolucionaria  con una voluntad despiadada no es  solo una vicisitud  histórica sino una alianza que  revela la  verdadera naturaleza de los  discursos políticos al desenmascarar la violencia implícita existente a la base de cada ley, no importa cuan democrática sea. El terror revolucionario que obsesivamente   se   desencadena para encontrar mas y mas enemigos, mas y mas complots, mas y mas traiciones tiene como fin  justificar las limitaciones de la Revolución y negar  la indeterminación y contingencia   que se encuentra a la base de la  Revolución  y que constantemente la amenaza.
 ¿No es  esta misma indeterminación  la que encontramos  en la dialéctica moderna del terrorismo y contra terrorismo?
El deseo de encontrar continuamente nuevos enemigos internos o externos es más que una  característica  de la nueva ideología  de la guerra en contra del terrorismo de los últimos gobiernos del eje euro americano. Es algo que siempre ha estado operando en  la violencia política  y siempre ha estado a la base de la ley  y la autoridad. Las paradojas de la ley surgen de la complicidad oculta que tiene  con la violencia. Su búsqueda por eliminar la violencia siempre involucra una violencia propia. La violencia reafirma la ley y la ley reafirma la violencia. El terrorismo actual pone al descubierto la fundación violenta de la autoridad.  

Si caracterizamos  hoy día  de  ilegales las acciones de los terroristas,  o de cualquier insurgencia política, entonces tendríamos que preguntarnos por  la validez  de la distinción entre violencia legal y violencia ilegal. La base de esta distinción la encontramos  en el intento del Estado  para imponer el monopolio  de la violencia al restringir a los otros de su ejercicio. Lo que es amenazante para el Estado no es la legalidad o ilegalidad de las intenciones  de la gente sino, las intenciones   perseguidas con la violencia. Es decir, la mera existencia de la violencia fuera de la Ley es lo que constituye  una amenaza.  La institución policial moderna y sus aparatos represivos, por ejemplo,  usan la violencia para preservar las leyes existentes. Pero, con frecuencia,  su violencia va más allá de la mera preservación de la Ley. Generalmente interviene, por “razones de seguridad”, de manera arbitraria y fuera  de los parámetros legales. Es una suerte de suspensión de la autoridad  que preserva la Ley y, al mismo tiempo, la transgrede a través de la violencia y la arbitrariedad con que se ejerce. Uno podría decir que la Ley es suplementada  por una obscura  zona de violencia ilícita  que le proporciona su base  y, al mismo tiempo, excede sus límites. La violencia estatal no es excepcional sino, esencial a su existencia. La acción de las fuerzas especiales de seguridad modernas es la expresión material  de ello.

En las sociedades contemporáneas, a diferencia de las  sociedades pre modernas, el poder  del soberano para quitar o perdonar la vida, como dice Foucault, ha sido reemplazado por el  poder que opera al nivel de la población con el fin de asegurar la vida. Su intención es la preservación y no el sacrificio del individuo. Es un registro político que reemplaza el derecho del antiguo soberano de quitar la vida por el principio de preservación y protección de la vida. El poder político moderno funciona a través de la exclusión  del  espectáculo del sacrificio violento de la vida. Ya no vamos el día Domingo a la plaza pública para ver a quien ahorcan. Pero, no nos hagamos muchas ilusiones con esta exclusión. Como el siglo XX  ha mostrado, esta tecnología moderna del poder no es menos sangrienta que la otra al producir  genocidios y holocaustos de una perversión sin precedente en el nombre de la protección de la salud y pureza de la población.  

La organización del poder alrededor de la seguridad  y preservación de las condiciones de la vida es un hecho de la vida política que se manifiesta hoy día en la obsesión  con los complots terroristas, el nuevo enemigo invisible y preocupación primaria del poder político. La  seguridad nacional  y la protección en  contra del terrorismo  son las características centrales  de cualquier programa político en los países capitalistas desarrollados. Los daños  colaterales de esta nueva responsabilidad que el Estado ha adoptado es la sistemática y odiosa destrucción  de vidas y comunidades en operaciones militares sin sentido que idióticamente  se inician  en  nombre de la preservación de la vida lo que hace evidente que  el discurso guerrerista  de la coalición euro norteamericana  tiene como ultimo propósito el  control interno basado  en una violencia que  encuentra su camino en los códigos, las normas y  tecnologías de regulación y vigilancia. El espectáculo sacrificial da paso a la  sociedad de control.

El asombro y fascinación que provoca el exceso espectacular de violencia de los ataques terroristas  puede encontrarse  en el hecho de que vivimos en sociedades  donde el sacrificio público de la vida no tiene lugar. Que alguien sea capaz  de sacrificar su propia vida y las vidas de otros es chocante para quienes estamos acostumbrados  a los  principios de preservación de la vida y la  metódica administración del poder. El despliegue destructivo que los terroristas  despliegan se nos aparece como un anacronismo ajeno, como los remanentes  del viejo orden de la realeza  que ofrecía la muerte como una exhibición  para las masas. El simbolismo de la sangre y la espada, el poder absoluto de la muerte sobre la vida que creíamos ya había desaparecido… ¿No son los ataques terroristas  una nueva forma  del espectáculo sacrificial que parecía  imposible en nuestros tiempos? ¿Un espectáculo  producido para un público televisivo con el fin de obtener el máximo impacto visual? La diferencia con la violencia teatral que caracterizo al poder soberano es que hoy la violencia terrorista se transforma en la violencia del puro espectáculo.

 El teórico francés Bataille decía que la  violencia, exceso, delirium y locura caracterizan lo heterogéneo. El ataque terroristas  a New York podríamos verlo entonces como  la intrusión  violenta de las fuerzas  excluidas  del orden homogéneo de la sociedad capitalista globalizada. El orden es interrumpido por el radicalismo islámico, una particularidad  irreducible dentro del Nuevo Orden.

 ¿Cómo podemos entender esto? Para las sociedades pre modernas la religión funcionaba a través del poder afectivo de lo sagrado, de la misteriosa y velada autoridad divina que contenía una amenazante   dimensión  de heterogeneidad. Hoy día, este poder sagrado, concebido de esta manera, es impensable, incluso para los que rutinariamente van a la Iglesia. Por eso el martirio y auto sacrificio de los terroristas se nos hace tan difícil de entender. Quienes deciden morir por una causa, usar sus cuerpos  como bombas con la absoluta convicción  de que esa es la voluntad de Dios lo hacen con un fervor religioso, un cierto goce espiritual  que para sociedades seculares y tecnocraticas es inimaginable. Según Newman la unión de martirio y suicidio es lo que le da la fuerza simbólica a estos ataques ¿No es esta forma de violencia  la operación del poder  de lo sagrado más allá de objetivos políticos e ideológicos? Su fin, dice, no es transformar el mundo sino, radicalizarlo a través del sacrificio. La lucha revolucionaria da paso a una lucha espiritual heterogénea en donde el martirio y la muerte se buscan por su propio fin. Una violencia nihilista que carece de objetivos estratégicos o sentido político concreto. La violencia por si misma, sin fin. Ultra violencia. El espectáculo  como medio y  fin. La suspensión de ambas categorías. Es un nihilismo en cuyo centro no hay nada fuera del vacío. El terror de la pura forma. Violencia excesiva, heterogénea y espectacular. El sacrifico de la vida y el simbolismo de la muerte tal como lo acabamos de presenciar en Boston.

La conclusión que debemos sacar en contra de la filosofía política estándar que distingue una violencia estatal legitima  y una no estatal ilegitima (terrorista, subversiva) es que ambas violencias se contaminan mutuamente. La historia de las sociedades nos muestra que las estructuras legales que ellas contienen se basan en una forma de violencia que sobrepasa los límites de la Ley. El terrorismo y la respuesta del Estado que este provoca tienen el efecto de exponer  en toda su desnudez  la violencia no reconocida en los cimientos mismos de las instituciones políticas y legales existentes. La violencia terrorista y la violencia del Estado son ejemplos del exceso heterogéneo que excede la lógica de la sociedad homogénea, ordenada y administrativa.


Nieves y Miro  Fuenzalida.

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