Saturday, July 2, 2011

Pos neoliberalismo en Latin América.




El fracaso de las políticas neoliberales en el continente para crear nuevos niveles de desarrollo económico y el masivo descontento y movilización  popular en su contra explican el surgimiento de  un nuevo paradigma económico. En 1990 la comisión económica de las NU para Latin América publica su informe con el que lanza oficialmente su desafío al fundamentalismo neoliberal como  perspectiva económica predominante. Y en el 2002 una aproximación de desarrollo económico alternativa, conocida como neoestructuralismo, empieza a imponerse impulsada por los nuevos  pragmatistas de izquierda. Su atracción ha radicado probablemente en que ofrece una visión diferente al dogmatismo neoliberal, una estrategia de desarrollo integral, un marco programático y una gran narrativa hacia el modernismo que hasta el momento, a pesar de tantos intentos, ha sido difícil de alcanzar. Por no ser solo una política económica, sino también la promesa de transformar el continente, ha podido influir en las políticas de planificación, en las agencias de desarrollo  internacional y en las coaliciones de centro izquierda.

En los  años 70s y 80s el neoliberalismo sostenía  que el estado sofoca la iniciativa  privada y solo la privatización, la  desregulación, la exportación  y el  libre mercado son la herramienta fundamental para transformar la economía y competir internacionalmente. Los pragmatistas pos neoliberales, en cambio, insisten en que, a pesar de que las fuerzas del mercado continúan siendo primarias, las intervenciones políticas y gubernamentales, lejos de ser un obstáculo, son claves, tanto en la búsqueda del consenso social y político como en  el  desarrollo de  la capacidad competitiva necesaria para participar en el mercado mundial. El logro del desarrollo económico y la igualdad social en este nuevo contexto histórico requieren de una dirección intelectual y política  más que del “laissez faire”. Gobiernos, instituciones y sistemas políticos necesitan prepararse a si mismos para jugar  un liderazgo cualitativamente diferente. Programas de desarrollo productivo, pactos sociales e iniciativas prácticas para sostener la cohesión y la armonía social son los elementos vitales para una política de desarrollo integral.  A diferencia de los años 50s y 70s en que  las políticas de industrialización impulsadas por el estado  fueron la vía al modernismo o la privatización neoliberal después de los 70s, impuestas por los golpes militares, la clave al desarrollo económico, lo que hoy se requiere, dicen los pragmatistas,  son aquellos cambios técnicos que  se producen debido a la inserción del continente en la economía mundial.

Esta es la promesa, después del sufrimiento y la injusticia desenfrenada que trajo el neoliberalismo dictatorial, de un nuevo modelo en el que  el crecimiento económico, la  integración social y la democracia se reinforzan mutuamente. El modelo neoestructuralista, sin desafiar el poder del capital multinacional, intenta una “globalización con rostro humano”. A través de esta aproximación más holistica, como hace notar Fernando Ignacio Leiva, las empresas  y la economía nacional pueden participar de  los beneficios de la globalización económica, social y técnica. Pero, para lograrlo, debe abandonar  la exportación basada mayormente en los recursos naturales con bajos niveles de  procesamiento y salarios de pobreza y favorecer la exportación, por ejemplo,  de ketchup en lugar de tomates, de muebles listos para ser ensamblados en lugar de madera bruta, alimentos congelados y empaquetados en lugar de carne y pescado, etc.  Sin la promoción de una política de exportación activa, esta tiende a concentrarse en unos poco productores vulnerables a las fluctuaciones de las demandas internacionales condenando a la exportación nacional a la trampa de materiales primas.  A comienzos de los 90s Chile fue el lugar de lanzamiento y el terreno experimental  de esta  nueva política pos neoliberal.                                                              

A diferencia del neoliberalismo este modelo reconoce que para que las fuerzas del mercado operen con efectividad necesitan ser coordinadas por nuevas formas   sociales que, sin reemplazarlas, las complementan. Así por ejemplo, según este modelo, los programas de desarrollo deben ser concebidos tomando en cuenta el papel que las instituciones, la cultura y el capital social juegan en la coordinación económica. Las imperfecciones del mercado deben ser corregidas con   intervenciones institucionales y  la alianza de la sociedad civil con el estado. Y la innovación técnica tiene que ser  apoyada con  subsidios parciales, con la promoción de alianzas estratégicas entre firmas nacionales y transnacionales y con  programas de entrenamiento de las fuerzas laborales. Esta es una diferencia bastante significativa con el dogmatismo mercantil.

En una época en que la globalización del capital ha abierto una nueva era  de transformación cultural y  tecnológica  esta es una narrativa bien atractiva. Según ella, la cohesión y el  acuerdo social sólido entre los diferentes actores o grupos sociales son esenciales para la competencia internacional y el diseño de programas sociales. El foco, dice Leiva, ya no esta en una nueva noción del derecho de propiedad  o de redistribución de la plusvalía económica, sino en la creación de otro tipo de expectativas, congruentes con esta nueva narrativa. Las tácticas operan cada vez más a nivel simbólico y  emocional  para producir conductas y formas de regulación en consonancia con la transnacionalizacion de la región y la exportación orientada a la acumulación interna.  Esto, obviamente, es mucho mejor que el neoliberalismo fundamentalista por lo que  no es raro que haya  logrado ganar  influencia al producir un discurso político electoral alternativo de centro izquierda y un crecimiento económico sin precedente en la región. En lugar de la súper explotación destructiva del trabajo y los recursos naturales impuesta por un estado terrorista operando bajo la amenaza de prisión, esta alternativa  favorece  formas más democráticas de participación  y manejo de la economía.

El problema, sin embargo, como bien nota Leiva, es que este nuevo modelo corta con  la mejor tradición del pensamiento crítico Latino  Americano que existió hasta los finales de los 60s. En el se ignoran las relaciones de poder en los análisis económicos en su afán por lograr la armonía social después de las sangrientas experiencias de las décadas perdidas de los 70s y 80s.  A pesar de que el pragmatismo de este modelo logro negociar efectivamente la transición política, no ha sido igualmente efectivo en  navegar los desafíos de la globalización capitalista, que plantea una serie de preguntas  ¿Cómo resolverán los estados Latino Americanos  la creciente subordinación a los conglomerados domésticos y al capital transnacional? ¿Lograran  adquirir la capacidad administrativa y política para “disciplinar el capital”? ¿Cómo mejoraran la pobreza y desigualdad social que la economía global ha intensificado? ¿Es el consenso y el gobierno participatorio otra forma de hegemonía capitalista que reemplaza la soberanía popular?  Una respuesta a estas preguntas necesariamente requiere de una perspectiva teórica que claramente incorpore las relaciones de poder  en el análisis económico, político y social. Hasta el momento los gobiernos de centro izquierda se han rehusado a hacerlo y continúan  excluyendo las  categorías de clase y proceso laboral de las discusiones relacionadas con la productividad y el cambio tecnológico. Para ellos esta discusión no es necesaria porque hoy existe  una relacion mutuamente beneficiosa entre el flujo global y el régimen  de exportación establecido por el neoliberalismo, por un lado y la igualdad, el desarrollo social y el crecimiento económico del continente, por otro lado. Al caracterizar las relaciones económicas como relaciones esencialmente no antagónicas fracasa en cuestionar la naturaleza del poder en la economía política internacional en  donde las transnacionales y el capital financiero ejercen un control creciente de los recursos naturales,  la economía y la sociedad profundizando la desigualdad en la economía global contemporánea, como la actual crisis financiera muestra. Este es el modelo de una economía y  sociedad  depurada de conflictos y relaciones de poder. Es esta contradicción la que eventualmente pondrá de manifiesto sus debilidades.

 Las recientes experiencias de Brasil y Chile muestran que este proyecto puede ser apoyado por una variedad de sectores sociales, incluso los que previamente habían sido excluidos en la elaboración de programas públicos, sin necesidad de cuestionar el poder de clases o grupos privilegiados. Después del 2004  la comisión económica para Latín América  de la NU  reconoce en un nuevo documento que la igualdad no se lograra a través de las políticas de exportación y globalización como inicialmente se había pensado. La raíz del problema, dice, se encuentra en  la “heterogeneidad estructural”, producida por la incorporación de la información y el conocimiento en el sector productivo. Es decir, el problema no es la globalización capitalista como tal, sino la insuficiente globalización de la región.

La subordinación del análisis económico y social a la realidad existente, a un objetivo común o al consenso social es la vía más fácil a la mediocridad analítica.  El ciclo de ilusiones, desencanto y  crisis  que ha acompañado a este modelo  económico y político en los últimos 20  años  reclama   una rigurosa evaluación crítica  que no evite el análisis de las relaciones de poder cuya expresión mas obvia es la abismante discrepancia entre pobres y ricos. Ideas y teorías económicas, como dice Leiva, importan en la reproducción o transformación de estas relaciones y mientras mas concientes estemos de cómo ellas construyen su demanda al conocimiento y la verdad tanto mejor.  Es cierto que este modelo es socialmente más sensitivo que el neoliberalismo, pero, a todas luces, todavía permanece como un instrumento al servicio de las elites dominantes a pesar de su pretensión de objetividad científica.

Nieves y Miro Fuenzalida.
Ottawa, Diciembre 2010    



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